A casi dos meses del derrame de aguas negras y residuos industriales que inundó la comunidad rural de Santa Cruz Chignahuapan, en el municipio de Lerma, Estado de México, las calles permanecen bajo una capa pestilente de líquidos oscuros. Los habitantes denuncian que las autoridades municipales los han abandonado y que el desastre no fue causado por la lluvia, sino por una fuga de aguas tóxicas provenientes de drenajes y fábricas cercanas.
“Era un río enorme de aceite y químicos, se vino para la casa rapidísimo. Tratamos de salvar lo que pudimos, pero en menos de un minuto ya estaba todo inundado”, relata María de Jesús, vecina del lugar, mientras camina entre charcos aceitosos que aún cubren su patio.
El 16 de septiembre, una corriente de aguas contaminadas arrasó con los cultivos, los animales y las viviendas de unas 70 personas. Desde entonces, el olor a podrido domina el aire. “Nos tienen viviendo en la mierda”, lamenta Luis Gaitán, otro afectado, quien perdió su milpa y parte de sus animales.
Dudas sobre el origen del derrame
Los vecinos aseguran que las lluvias no fueron la causa del desastre. Sospechan que una tubería de drenaje reventó o que alguien abrió intencionalmente una válvula para desviar las aguas sucias hacia la comunidad.
Algunos testimonios señalan que el Ayuntamiento de Lerma realizó labores de dragado en el río Lerma días antes, y que un error humano habría provocado la ruptura de una manguera que transportaba residuos industriales. Sin embargo, no existe una versión oficial sobre lo ocurrido.
Pese a los reclamos, ninguna autoridad estatal o municipal ha asumido la responsabilidad. De acuerdo con los habitantes, los únicos apoyos que han recibido son despensas, cubetas, jergas y garrafones de cloro. “Nos dieron una jerga para limpiar todo esto, ¿usted cree?”, ironiza María de Jesús.
Riesgo sanitario y abandono
Las aguas negras, que alcanzan los 80 centímetros de altura, están cargadas de químicos, moscos y gusanos. Los pobladores reportan infecciones estomacales y temen brotes de dengue. Algunos, como el señor Paco Díaz, tratan de contener el daño arrojando cloro al agua o improvisando costales de arena para evitar que siga entrando a sus casas.
“Las paredes están impregnadas de mierda, así no se puede vivir”, dice Díaz, mientras observa los restos de su patio convertido en una laguna marrón.
Llegó la ayuda… casi dos meses después
No fue sino hasta el 6 de noviembre cuando el municipio envió una bomba para extraer las aguas estancadas. El líquido comenzó a bajar lentamente en algunas zonas, aunque otras viviendas continúan inundadas.
Para los vecinos, la respuesta llegó demasiado tarde. “El daño ya está hecho. Perdimos nuestras cosechas, nuestros animales y nuestras casas. Nadie se ha hecho responsable”, resume Luis Gaitán.
Mientras tanto, Santa Cruz Chignahuapan sigue cubierta por un río inmóvil de aguas negras, símbolo del abandono y la impunidad ambiental que, como las manchas de aceite sobre el agua, se niega a desaparecer.