Mientras en el norte de México el paisaje se tiñe de polvo, tierra cuarteada, con campos vacíos y animales en los huesos, en el centro y sur el agua desborda ríos, arrastra viviendas y obliga a miles a abandonar sus hogares. El país vive hoy dos catástrofes climáticas opuestas que, sin embargo, comparten una misma raíz: la crisis ambiental global y la falta de estrategias hídricas integrales.

En Chihuahua, particularmente en regiones como el Valle de Juárez y la Sierra Tarahumara, los aguajes están completamente secos. La gente se limita a bañarse, lavar ropa, se usa el agua solo para lo indispensable, y es que la sequía se ha prolongado durante 25 meses consecutivos. 

Los efectos son devastadores: el suelo ha perdido su capacidad para sostener cultivos básicos como el maíz y el frijol, mientras que la ganadería, principal sustento de muchos pequeños productores, se encuentra al borde del colapso. “Si lo dejan pastorear, no hay pasto. Si lo alimentan, no hay dinero. Para muchos, dejarlo morir se vuelve la única opción”, advierte Adrián Vázquez, investigador del Centro de Ciencias Atmosféricas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

El panorama es sombrío. Las presas se vacían, los cuerpos de agua desaparecen y las tolvaneras se vuelven cada vez más frecuentes. El dilema de fondo ya se discute en mesas técnicas y políticas: ¿hacia dónde debe dirigirse el poco líquido que queda, a las ciudades o al campo?

Simultáneamente, en el sur y centro del país, estados como Tabasco, Veracruz, Chiapas y el Estado de México padecen lluvias intensas que han dejado una estela de inundaciones, deslaves y comunidades enteras bajo el agua. En zonas como Valle de Chalco e Istmo de Tehuantepec, el problema es inverso: el agua no falta, sobra.

A esta crisis interna se suma la presión diplomática. México tiene la obligación de entregar anualmente agua al sur de Estados Unidos conforme al Tratado de Aguas de 1944, lo que ha generado tensiones por la falta de disponibilidad en la cuenca del río Bravo. La presidenta Claudia Sheinbaum declaró en abril que el país cumplirá con el tratado “hasta donde se pueda”, dejando claro que el compromiso estará condicionado por la realidad hídrica.

La emergencia, que parte en dos al país, refleja no solo la virulencia del cambio climático, sino también la urgencia de establecer políticas públicas que reconozcan esta nueva normalidad. Porque en México, hoy, mientras una parte se ahoga, la otra se consume.