diciembre 4, 2018
Para entender qué significa la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México y los retos del Gobierno y del país en este nuevo sexenio, Horizontal ha circulado este cuestionario entre intelectuales y analistas. Hoy contesta el politólogo y profesor de la UNAM Gibrán Ramírez Reyes.
1. ¿Qué debemos entender como “Cuarta transformación?
La cuarta transformación de la vida pública de México debe entenderse en primer lugar como un objetivo, un objetivo revolucionario de transformación de la correlación de fuerzas políticas en México que permita ampliar derechos —es lo que tendrían en común los tres precedentes, en la interpretación histórica de AMLO—. Se trataría de crear las condiciones para terminar con la secular desigualdad, labor en la que se avanzó en un trecho del siglo XX, pero en la que se perdió todo lo ganado en los años de neoliberalismo. De momento, “Cuarta Transformación” tiene ese valor para quienes militan en el lopezobradorismo, y el valor de un eslogan para los demás —porque eso es hasta ahorita—. No son cosas contradictorias. Uno de los autores de esta idea, de que la historia mexicana avanza por impulsos transformadores, fue Vicente Lombardo Toledano. Decía en la post revolución, en su momento de mayor prestigio y antes de iniciar su trayectoria de acciones oportunistas, que ésta se trataba de la tercera transformación de la historia de México, y generó un programa para ella. Como ideólogo, cerca de Cárdenas, contribuyó a que el legado revolucionario de la transformación de la correlación de fuerzas políticas derivase en una verdadera transformación. Hasta entonces, se trataba de un deseo, un eslogan y una ruta programática.
2. ¿Qué México recibe el nuevo gobierno? ¿Qué etapa histórica estamos viviendo?
Las etapas históricas, como bien se sabe, no siempre responden a los calendarios políticos formales, de manera que seguimos viviendo la crisis del régimen tecnocrático neoliberal. Si bien una parte de la crisis en que la cabeza del estado mexicano, del gobierno si se prefiere, es por primera vez en 36 años una marcadamente antineoliberal. Esta crisis ha sido una crisis total de régimen, que incluye en su seno, imbricadas, a tres crisis: crisis política, crisis social, crisis del modelo de gestión de lo público. En un sentido es una crisis de representación política, que dejó a los tres principales partidos sin sustancia ni fondo ciudadano. PRI, PAN, PRD, que en sus mejores momentos concentraron 90 por ciento de la votación entre los tres, ahora significaron un poco más del 30 por ciento. Permanecen en esa debilidad, representan a muy pocas personas si se compara con el pasado, y nada indica que vayan a recuperarse.
Una crisis social, de derechos humanos, condicionada por la desigualdad y con grandes porciones del territorio nacional en guerra; el número de los homicidios y las desapariciones forzadas hablan de un auténtico retroceso civilizatorio y del colapso de los anteriores órdenes políticos locales.
La tercera crisis, sin ser una crisis económica como se entiende en términos tradicionales, sería una crisis del modelo de gestión, que responde a la crisis global del neoliberalismo. En nuestro país, esa crisis de gestión ha venido a cristalizar políticamente en la corrupción desbocada del sexenio de Peña. En ese sentido, y si López Obrador logra implantar un nuevo modelo realmente posneoliberal, estaríamos en la parte final de la crisis estructural y orgánica del régimen. Depende de la respuesta que se pueda articular desde un espacio muy poderoso, pero limitado, del poder en México, que es la presidencia de la República.
3. ¿Qué tipo de izquierda representa el gobierno de Andrés Manuel López Obrador?
Nacionalista, sin duda, en el sentido incluyente del término —y aquí siempre me gusta recordar que don Arnaldo Córdova decía que en México nacionalismo viene del verbo nacionalizar, que es volver de todos lo de unos pocos y que nada tiene que ver con algún tipo de nativismo—; democrática, en el sentido de que reivindica el horizonte de “soberanía del pueblo”; populista, porque además de movilizar al pueblo, ajusta cuentas con los defectos de la democracia actual, exhibe la dimensión moral de la política y nombra los antagonismos, por decirlo gruesamente; y post neoliberal, porque si bien no deja de lado todos los postulados del neoliberalismo, ni los excluye de su universo moral, sí lucha contra ellos, por frenarlos o moderarlos para transitar a un régimen político de características diferentes.
4. ¿Qué o quién es la nueva oposición?
Los activistas empresariales, como Claudio X. González, a quien le encanta el protagonismo político; los medios de vocación abiertamente neoliberal, como Reforma, que ha conservado entre sus opinadores sólo a la derecha más militante, y, si logran recomponerse, algunos de los sectores sociales que aspiran a representar una alternativa liberal-demócrata y que no acaban de definir salvo por agendas sectoriales. Si se fundieran en un partido esos sectores de Movimiento Ciudadano, el PRD, el PAN, incluso el PRI, podrían lograr generar un polo crítico y poderoso contra el gobierno. Tienen dos problemas, no obstante, que no parece que puedan salvarse. El primero es de liderazgo, ¿quién puede ser la cabeza de un polo tal que concite, además, el respeto de los otros?, ¿Javier Corral, Enrique Alfaro, Belaunzarán, Maynez? (ok, lo de los dos últimos era ya broma). El segundo problema es de solvencia moral. Todos estos sectores, que coinciden en su antilopezobradorismo y en algunas demandas no muy bien delineadas programáticamente, tendrían que dejar atrás mezquindades y los privilegios que implica permanecer en sus propios aparatos de partido. Y quizá no tengan incentivos para hacerse compañeros hasta que sus partidos pierdan el registro.
5. ¿Cuáles son los temas más urgentes a resolver y cuáles serán realmente las prioridades gubernamentales?
La pobreza extrema y la crisis de violencia. Creo que la gran fortaleza del gobierno entrante es justamente que ha sabido hacer de las urgencias sus prioridades, aunque no me queda claro que la estrategia de seguridad sea la adecuada.
6. En América Latina se ve al nuevo gobierno como una esperanza para la izquierda, ¿qué le espera a México como líder regional?
Creo que tradicionalmente, antes de ser primordialmente norteamericano, México había sido más partidario de un modelo interamericano que de uno propiamente hispanoamericano, latinoamericanista o bolivariano. (Es una impresión y no soy un experto). Por una parte, no podemos deshacer ni negar nuestra muy estrecha relación con los Estados Unidos, la integración social, la interacción cultural, la integración económica. Por otra parte, los vínculos culturales con Nuestra América son intensos e imborrables. Estamos estructuralmente en medio. Si México no sólo facilita, sino que encabeza, la mediación entre los bloques de poder continentales, puede recuperar la potencia de su voz en la izquierda mundial. Otra cosa muy especial es su carga simbólica. De entre las respuestas que ha habido en el mundo a la crisis del neoliberalismo, al cambio de época que vivimos desde 2008, las más comentadas han sido las de la derecha protofascista. Esta es una de las pocas respuestas desde la izquierda, y podría marcar el rumbo de una posible salida a la fragmentación política, a la crisis del discurso democrático minimalista, a la política del dogma neoliberal.
7. ¿Cómo será la relación con el gobierno de Donald Trump?
No sé, pero deseo que no obsequiosa como la anterior.
8. ¿Qué pasará con el sistema partidista en México? ¿Morena se convertirá en el nuevo PRI?
Hace poco escribí un editorial para El País que creo que vale la pena reproducir parcialmente. Sostenía lo siguiente: la coalición lopezobradorista no sólo ganó con más del 53 por ciento de los votos y el presidente electo tiene una aprobación de entrada cercana al 70 por ciento según encuestas recientes. Se trata de una penetración a nivel nacional; AMLO ganó 31 estados, en 92 por ciento de los distritos electorales y en el 80 por ciento de los municipios. Ninguno de sus contrincantes tuvo siquiera la mitad de sus votos. En cosa de días, la crisis de años del tripartidismo se condensó y terminó por disolverlo. Si el escenario actual, un momento cuasi consensual, se mantuviera por la vía de los votos estaríamos ante un régimen de partido hegemónico en democracia, algo muy similar a lo que sucedió con España y sus 14 años de PSOE hasta 1996; si la oposición se rearticula, desarrolla un programa alternativo, recupera las riendas de la discusión pública, estaremos ante una reorganización distinta del espacio político. ¿Un bipartidismo, quizá?
Con información de Horizontal