diciembre 4, 2018
El movimiento migratorio proveniente de países de Centroamérica como Honduras, El Salvador y Guatemala, es resultado de las diferentes problemáticas en las que se encuentran los pueblos de estas naciones.
Más que un fenómeno migratorio, es un desplazamiento forzado. Es decir, la delincuencia organizada, la desigualdad y la pobreza a la que se enfrentan día con día los obliga a buscar en otros lugares mejores condiciones de vida.
En ese sentido, México se ha convertido en un país no solamente de tránsito y origen, sino de destino migratorio y una especie de repositorio de historias de vida centroamericanas.
Al respecto, Gabriela Ruiz Serrano, investigadora de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM, refirió que en el año 2015 170 mil migrantes fueron detenidos en territorio nacional, de los cuales, alrededor de 24 mil fueron niñas, niños y adolescentes. Lo alarmante del caso, recalcó, es que el 50 por ciento de ellos venían no acompañados, es decir, viajaban sin el cuidado, resguardo o tutela de un adulto.
“Este fenómeno migratorio viene engranado con irregularidades migratorias y con delitos que atentan a la dignidad humana. Si bien, esta opacidad de la información obstaculiza el tener estadísticas claras, hoy se sabe que en México el 97 por ciento de las personas que migran de estos países están pasando por el territorio nacional”.
De acuerdo con la investigadora universitaria, las condiciones a las que se enfrenta la niñez migrante en su paso por el territorio nacional están estrechamente ligadas a situaciones de violencia. Muchos niños y niñas son captados para el tráfico de órganos o para enlistarlos en el crimen organizado.
Las niñas, por ejemplo, generalmente son utilizadas para la pornografía o turismo sexual, por lo que es muy común y fácil no volver a saber nada de ellas. La suerte de los niños no dista mucho de este tipo de vejaciones. Al carecer de documentos y de redes de apoyo significativas que los sostengan, son utilizados para la mendicidad forzada o para realizar trabajos agrícolas o delictivos.
Urge, pues, fomentar el respeto de los derechos de los niños, las niñas y adolescentes con un enfoque integral y con perspectiva de derechos humanos, como la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que tiene por objeto reconocer a éstos como titulares de derechos y garantizar el pleno ejercicio, respeto, protección y promoción de sus derechos humanos conforme a lo establecido en la Constitución mexicana, así como diferentes organismo y comisiones nacionales e internacionales que enlistan una serie de derechos a los cuales tienen que acceder.
Sin embargo, Ruiz Serrano apuntó que entender el éxodo y, por ende, hacer valer los derechos de los niños migrantes, requiere de un ejercicio real de sensibilidad y empatía, “y pensar que atentar contra ellos es atentar contra la humanidad”.
“Debemos poner al centro sus necesidades y generar no solamente protocolos de actuación, sino estrategias de política pública que nos sumerjan a atender sus necesidades. Se requiere, pues, de toda una voluntad política con el fin de generar condiciones adecuadas para evitar que salgan de sus países de origen.
Al respecto, la Escuela Nacional de Trabajo Social realiza una serie de investigaciones sobre la trata de personas y el fenómeno migratorio. Para los universitarios, los trabajadores sociales son fundamentales para identificar y sobre todo, “colocarse en una posición ética y comprometida frente a las exigencias y requerimientos de la niñez migrante no acompañada”.
No es un problema aislado ni una situación que tenga respuestas fáciles. A pesar de que saben que transitarán por condiciones de extrema violencia, arriesgan la vida en el afán de salvar la vida.
Recordó que en una de tantas entrevistas que realizaron, una investigadora relató la historia de un niño de 12 años que viajaba sin la tutela de nadie a bordo de “La Bestia”.
“Presenció el desafío al cual se enfrentó una pareja con su hijo recién nacido. Al no cubrir el total de la cuota que les exigían para seguir viajando, tuvieron que ver cómo echaban a las vías del tren a su bebé. Nadie hizo nada. El miedo era mucho más grande y fuerte que los mismos delincuentes. El niño sólo dijo: ‘Yo cuando vi que aventaron al bebé sí sentí muy feo, pero yo pensé que ellos, por ser pareja, podrían tener más hijos y si a mí me matan, ¿quién me vuelve a hacer?’”.
Historias como esa sobran. Basta con saber que las mujeres tienen fecha de caducidad. Son tan vulnerables a cualquier situación que su preocupación no se centra en ser violadas, sino en evitar quedar embarazadas. Pero la percepción del ser humano en torno a la migración a veces suele ser muy indiferente. No por nada hoy en día se habla del concepto aporofobia (miedo y rechazo hacia la pobreza).
“Hay gente que piensa que no hay nada que se le pueda quitar a un migrante. Pero se equivocan. Bien lo dice Alejandro Hernández en Amarás a Dios sobre todas las cosas. Sí hay algo que se le puede quitar: un grito de dolor”, finalizó la académica.
4 diciembre 2018
Artículo tomado de Desinformémonos