diciembre 5, 2018
Texto: Daniela Pastrana.
Fotografías: Ximena Natera Mónica González y Duilio Rodríguez.
Uno de los mayores retos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y donde más oposición tendrá, está justamente en la agenda indígena. Por eso, su primer acto de gobierno fue recibir las bendiciones de los pueblos originarios. Esta es la historia no contada del 1 de diciembre
Primero de diciembre de 2018. Al cierre de un día que comenzó de madrugada, indígenas de los 68 pueblos nativos de México se reúnen en un hotel de la colonia Roma para hacer una evaluación del primer acto de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Es un honor estar aquí, representando a nuestros pueblos y tenemos un día que ya nadie nos lo quita. Regresaremos a nuestras comunidades con esa energía positiva”, dice una mujer zoque de Oaxaca.
“La sencillez y sensibilidad de un presidente, con esa investidura, nunca la habíamos tenido. Eso nos da un compromiso mayor”, completa Julio Atenco Vidal, líder social nahua que ha dado muchas batallas en la Sierra de Zongolica de Veracruz.
La zapoteca (binni zaá) Carmelina Santiago, coordinadora logística de la entrega del bastón de mando de los pueblos al presidente constitucional de México, agradece a todos el esfuerzo y cede la palabra al abogado mixe (ayüuk) Adelfo Regino Montes, quien tiene el delicado encargo de encauzar una de las principales ofertas del gobierno entrante: hacer realidad los acuerdos de San Andrés Larráinzar.
Regino hace referencia al grupo que en los días previos tuvo los reflectores de la prensa de la Ciudad de México, para la difusión de información errónea sobre la ceremonia: “ya vimos cómo tienen apoyo para mentir y confundir, pero pudimos detenerlos”. Habla del encargo que le ha dado el presidente, “un hombre auténtico”, y de que se está formando lo que “quizá sea un nuevo movimiento indígena nacional”. Apurado por los meseros, que le piden terminar la improvisada reunión, hace una última petición: “Pido una disculpa por adelantado, yo soy quien asume la responsabilidad, no tenemos dinero. Esto, ya saben, lo hicimos con el esfuerzo de ustedes y nosotros, pedimos apoyo a CDI (la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, que a partir de esta semana cambió de rango a Instituto Nacional) para pagar el hotel y los traslados de los que vienen más lejos, pero los que puedan aguantar una semana, por favor aguántenme, y los que no puedan, díganme y veo como le hago para conseguirles el pasaje”.
Un grupo de indios del norte (así se llaman ellos), a los que rara vez se ve en luchas indígenas del sur y menos de “los mexicanos”, como nos llaman, escucha atento en una de las mesas. Son los yumanos de Baja California: la cucapá Mónica González, el kiliwa Elías Espinoza, la kumiai Norma Meza y la cochimí Luz María Villa; solo faltaron los pa ipai porque se enfermó el que vendría.
Están agotados. Despertaron de madrugada para ir al Templo Mayor a realizar la ceremonia de consagración del bastón de mando que se entregaría al presidente de México. “Nos abrieron las puertas del Templo Mayor y cada uno hizo su ritual. Nosotros lo hicimos a nuestro modo, con nuestras costumbres”, cuenta sonriente Mónica González, la hija del último jefe tribal cucapá.
En los días previos, ella y Elías, su esposo, hicieron una pluma roja para regalarla al presidente. Y en el acto público que se realizó por la tarde en el Zócalo, se animaron a salirse del protocolo para colocársela. “Cuando vimos que habían dejado pasar al médico (el hñä hñú al que se le arrodilló el presidente) le dijo Norma a Elías: ‘ahora o nunca’. Entonces, Elías fue a ponerle la pluma, que para nosotros significa que le vaya bien en sus responsabilidades”.
— ¿No es muy riesgoso entregarle el poder de los pueblos a una persona?
— No. Porque el bastón de mando no es para darle el poder a una persona, es para darle una responsabilidad. Y es un bastón que lleva las bendiciones de todos para que a todos nos vaya bien.
La otra historia de este 1 de diciembre comenzó a las 9 de la mañana, con la sesión de apertura en la Cámara de Diputados. Tras una serie de discursos de las bancadas de oposición, tan insulsos e irrelevantes que nadie recordaría horas después, salvo por la diatriba del PAN contra Venezuela, Andrés Manuel López Obrador ocupó la tribuna que estaba vetada para los presidentes desde 2005 y en la que él mismo había estado por última vez en abril de 2006, cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México y fue desaforado para cumplir un mandato judicial.
En esa ocasión, el tabasqueño cerró su mensaje diciendo a los diputados: “Con sinceridad les digo que no espero de ustedes una votación mayoritaria en contra del desafuero. No soy ingenuo. Ustedes ya recibieron la orden de los jefes de sus partidos y van a actuar por consigna, aunque se hagan llamar representantes populares. Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia. ¡Viva la dignidad!”
De vuelta con la historia y sus 30 millones de votos a cuestas, López Obrador regresó a San Lázaro con un mensaje de indulgencia, pero con un juicio implacable sobre los 36 años del régimen neoliberal en México, en los que predominó “la más inmunda corrupción pública y privada”.
Sentado a unos metros, el expresidente Enrique Peña Nieto tuvo que aguantar más de 80 minutos de descripción del desastre, mientras que los legisladores de su partido, el PRI (“los convidados de palo” escribió Arturo Cano en La Jornada) escucharon impávidos el juicio de la historia del presidente López Obrador y su advertencia final:
“Trabajaré 16 horas diarias para dejar en seis años muy avanzada la obra de transformación, haré cuanto pueda para obstaculizar las regresiones en las que conservadores y corruptos estarán empeñados. Por eso aplicaremos rápido, muy rápido, los cambios políticos y sociales para que si en el futuro nuestros adversarios, que no nuestros enemigos, nos vencen, les cueste mucho trabajo dar marcha atrás a lo que ya habremos de conseguir. Como dirían los liberales del siglo XIX, los liberales mexicanos, que no sea fácil retrogradar”.
Mientras López Obrador hablaba, el primer cambio ocurría a 15 kilómetros de ahí: Los Pinos, el lugar donde vivieron los presidentes de México, abrió sus puertas al pueblo para convertirse en un espacio cultural.
Pero el momento más esperado del día sería en la tarde, en el Zócalo, la plaza favorita del presidente, donde daría su mensaje al pueblo. Aunque durante los días previos se había anunciado que sería desde el balcón del Palacio Nacional, de último momento se canceló, igual que el traslado en carro sin capote desde la Cámara de Diputados. “No quieren que se de la imagen de opulencia o que digan que es como Maduro”, dijo alguien cercano al equipo. Otra versión fue que los cambios obedecieron a una consideración de seguridad.
Como sea, sólo quedó un escenario enfrente de la Catedral Metropolitana. Ese fue el primer símbolo para los pueblos originarios: la entrega del bastón de mando al presidente de la República tuvo de fondo a la iglesia que se construyó sobre el Templo Mayor de Tenochtitlán.
Hipólito Arriaga Pote se asume como presidente de la Gubernatura Nacional Indígena. En los días previos al 1 de diciembre reparte entrevistas en los medios de comunicación, explica que el bastón de mando que se entregará al presidente es de cedro y se talló en Tlaxcala. En la víspera, en una casa de Lomas de Chapultepec, Arriaga y los integrantes de la GNI, acompañados de legisladores realizan una ceremonia para bendecir el bastón que, juran, será entregado al presidente.
Los reporteros reproducen la información sin preguntar qué es la GNI, ni quién es Hipólito Arriaga. A nadie le parece extraño que sus acompañantes hablen del estado del que vienen, pero no de su pueblo, como Ana Lucía Zavala, quien dice ser “gobernadora indígena de Tamaulipas”. La mujer asegura que hubo un “acuerdo” porque la GNI entregó un documento en la casa de transición, y “a él tan le encantó la idea que lo hizo público” y que “en todos lados” les dijeron que su presidente entregaría el bastón de mando.
Ningún periodista cuestiona el origen de la organización, fundada en 2014, y que fue definida por el ex diputado nahua Marcos Matías como el “nuevo Frankenstein” creado por el PRI para debilitar el crecimiento de la candidata indígena del CNI-EZLN y para evitar que el voto indígena vire a Morena.
La falta de claridad en la logística, desde el equipo del gobierno entrante, abona a la confusión creada por la prensa sobre la entrega del bastón de mando.
Más tarde, Mónica González cuenta que el programa lo trabajaron entre todos los participantes y que desde el viernes realizaron pruebas de la ceremonia en el Zócalo. El evento va sorteando situaciones inesperadas que lo alargan. Como la participación de un hñä hñú que se arrodilla ante el presidente y habla en su lengua: “(…) mucho pedimos que le vaya bien, porque aquí es difícil, porque aquí es de los mestizos, por eso estamos aquí con nuestro hermano, que no le sea difícil hermano nuestro
El presidente se hinca frente al hombre y le pone la mano en el pecho cuando trata de levantarse. El gesto conmueve en la plaza. Pero el momento más desconcertante es cuando Carmelina Santiago pide silencio y pide a todos voltear al norte y levantar las manos para hacer un saludo.
Las personas intercambian miradas extrañadas mientras intentar seguir las instrucciones de un ritual desconocido. Es imposible no recordar una escena ocurrida hace 12 años en esta misma plaza, cuando López Obrador anunció el inicio de su resistencia civil pacífica contra el fraude electoral con la instalación de un gran campamento sobre Reforma. “Aquí nos quedamos”, dijo entonces y la gente intercambió miradas con las cejas alzadas. Pero miles se quedaron, igual que ahora miles levantan las manos y repiten “Ómeteotl”, la palabra nahuatl de conciliación de los opuestos que muchos conocen porque en estos tiempos están de moda los temazcales.
Luego, el ritual indígena se mezcla con la fiesta popular.
“Manueeel, Manuel, ¿qué tiene Manuel? que la oposición no puede con él”, canta un hombre que viene con un grupo del Peñón de los Baños.
“No pudo”, le corrige otro.
“No pudo y no puede”, grita eufórico un tercero, poco antes de que el presidente empiece a enlistar sus 100 puntos para reactivar la economía.
Dice el mixteco Longino Julio Hernández Campos, integrante del Concejo Municipal Comunitario de Ayutla de los Libres, primer municipio de Guerrero que se rige por sistemas normativos propios: “Hacemos entrega de este bastón sagrado que será la guía de usted para gobernar nuestro país, siempre y cuando primero nosotros los pueblos indígenas”.
Carmelina Santiago Alonso, líder de la organización Flor y Canto del Centro de Derechos Indígenas del estado de Oaxaca completa: “Venimos, con todo respeto pero con una gran responsabilidad a depositar en sus manos, licenciado Andrés Manuel López Obrador el bastón de mando, que como lo ha dicho el hermano, sirva para usted mandar obedeciendo al pueblo. (…) venimos a decirle ‘aquí está el bastón de mando, aquí está el símbolo con el que usted conducirá a nuestro pueblo siempre y cuando le habremos de recordar que queremos ser tomados en cuenta en los planes que usted tenga”.
No todos los pueblos, pienso, sin poder evitar la referencia obligada de la ausencia del Congreso Nacional Indígena, que ya se perfila como la principal fuerza opositora del gobierno de López Obrador, y la de mayor legitimidad ante los sectores de la izquierda.
“El acto sólo puede entenderse desde la lógica del neoindigenismo que acompaña y justifica el emprendimiento de grandes megaproyectos en territorios de los pueblos originarios – escribirá el martes en su columna Luis Hernández Navarro-. Aunque no se reconozca, para la nueva administración, los indígenas son objeto de políticas de combate a la pobreza, no sujetos de derechos, especialmente el de la libre determinación. Basta para constatarlo, ver la forma en que se constituyó y quedó instituido el INPI, la iniciativa de ley Monreal para el desarrollo agrario o el silencio sobre el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés”.
Tampoco puedo evitar pensar en la tristeza del rostro de Candelaria Lázaro, la chontal que fue cocinera de López Obrador, por no poder verlo ni acercarse. Ella optó por unirse al grupo del GNI, convencida de que estaría cerca, y terminó por regresarse a su casa antes de la ceremonia (“Son priístas y han estado provocando, no van a pasar”, dijeron los organizadores).
“Hubiera sido muy bonito verlo”, dijo ella, tristísima, antes de enfilar su retiro.
Adelfo Regino apura un trago de mezcal que le regresa la energía al cuerpo. “Que su primer acto de gobierno fuera con los pueblos originarios es muy importante. La señal que manda es que la agenda indígena tiene prioridad”, dice.
La ceremonia, sigue, manejó tres conceptos importantes: amor, fraternidad y reconciliación
Es lo que piensan los indígenas del norte que por primera vez vienen a estas reuniones. Como Luz María Villa (“dígame Luchi”), que a sus 70 años espera hasta poner en las manos del titular del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas una carpeta con la historia de los cochimí.
– ¿Ustedes están en Baja California?- pregunta Regino
-En Guerrero Negro. Cuando quiera lo llevamos de ahí a la comunidad.
Las diferencias con las que llegan los pueblos a este 1 de diciembre son una muestra de la fragmentación de la sociedad civil, que llega a la cuarta transformación golpeada, dividida y sin la fuerza necesaria para ser un contrapeso real del gobierno. Los indios del norte, sin embargo, tienen esperanza. Mónica González lo pone en estas palabras: “Es como que estamos tan acostumbrados a que la puerta esté cerrada que cuando la abren no sabemos qué hacer”.
– Hay quienes piensan que entrar es una trampa. Y que existe el riesgo de que se reinstitucionalice el indigenismo y el sureste se convierta en Disneylandia
-Si los dejan. Eso dependerá de lo que haga cada pueblo. Peor no podemos estarnos quejando solamente, cuando por primera vez nos están dando la voz.
-¿ Tú le crees al presidente?
-Sí, yo lo vi, lo teníamos casi enfrente cuando lloró y se arodilló. Nunca lo hubiera imaginado. Pero nos queda claro que él si quiere hacer algo por nosotros. Por eso nos vamos con ánimos
5 de diciembre de 2018
Con información de Pie de Página