diciembre 14, 2018
Esta es la historia de una pequeña comunidad indígena en la que, a pesar de enfrentar un alto grado de marginación y exclusión social, sus jóvenes tienen hoy mejores expectativas de desarrollo, gracias a una activa labor de divulgación de la ciencia por parte de docentes y científicos.
En Cuentepec, la investigación científica estaba muy lejos de ser una opción profesional, hasta que un grupo de investigadores -a titulo personal- despertaron el interés y talento científico de toda una generación de jóvenes de bachillerato, para cambiar así su futuro y el de la comunidad.
Existe un inmenso potencial de inteligencia y aprendizaje en niños y jóvenes.
Solo necesitan la oportunidad de encontrar facilitadores que les hagan disfrutar
descubriendo las maravillas que las ciencias les hacen ver
y admirar en el microcosmos de la naturaleza.
J. Montero Tirado
Por Carmen Báez
Ciudad de México. 13 de diciembre de 2018 (Agencia Informativa Conacyt).- Norma Ivette Nava Sierra nació y creció en una pequeña comunidad indígena escondida entre cerros y campos de milpa. Quienes viven aquí lo llaman Kuentepetzin “cerro o montaña sagrada en forma de surcos”, pero para llegar se pregunta por Cuentepec. Si se viaja en transporte público desde la capital morelense, tras dos horas de camino, es posible conocer los misterios y tradiciones que envuelven esta comunidad del municipio de Temixco.
Aquí, donde las mujeres forjan con sus manos objetos de barro y los hombres trabajan el campo, se vive en una situación bilingüe de manera cotidiana: predomina el náhuatl sobre el español. Sus habitantes dicen estar en este territorio desde siempre, desde los antepasados; solo el sitio del poblado cambió cuando un hombre llamado San Sebastián decidió mudarse del otro lado del río Tembembe y los antiguos se trasladaron siguiendo los designios del hoy santo patrono.
Cuando niña, Norma Ivette pasaba los días en el campo ayudando a sus padres a sembrar y cortar frijol, era una masewalme, “una persona que trabaja con las manos”. Dentro de su imaginario, nunca pensó en desafiar las tradiciones patriarcales de su pueblo y convertirse en bióloga, ni siquiera estudiar la preparatoria.
A nivel general, las niñas y mujeres en situación de pobreza que habitan en zonas rurales e indígenas enfrentan barreras particulares en la accesibilidad y permanencia en la escuela; en Cuentepec, la vida marital y doméstica a temprana edad, como dicta la costumbre, es todavía una vía en el futuro de las adolescentes.
A este factor se suma el hecho de que hasta hace algunos años estudiar el bachillerato, o mejor aún, ir a la universidad, era una experiencia casi impensable para los jóvenes de la región; migrar a Estados Unidos o trabajar el campo eran las opciones principales de vida de los varones.
En general, en México la población de jóvenes indígenas aún presenta importantes desventajas en su nivel de escolaridad. La desigualdad en resultados educativos es la consecuencia de una compleja combinación de condiciones como pobreza, dificultades geográficas de acceso, etcétera. De acuerdo con el informe Discriminación estructural y desigualdad social, solo siete y tres por ciento de la población hablante de la lengua indígena tiene una educación media y superior, respectivamente.
En Morelos hubo que esperar la década de los 2000 para extender el sistema de educación indígena en los principales pueblos nahuas. En 2001, cuando se instaló en la secundaria del pueblo un Colegio de Bachilleres (Cobaem) bajo la modalidad Educación Media Superior a Distancia (EMSAD), un intérprete en náhuatl acompañó al ingeniero Noé Rafael Pérez y a otros profesores del colegio a convencer a las familias de la comunidad que permitieran a sus hijos —particularmente a las mujeres— continuar con sus estudios de bachillerato.
El resultado inmediato según recuerda Noé Rafael, director del Colegio de Bachilleres, fue la inscripción de 15 alumnos. Hoy, la matrícula la representan más de 140 estudiantes, principalmente mujeres. “La gran mayoría de ellos pensaba que concluir la secundaria era suficiente. Uno de los mayores retos ha sido la confianza hacia la escuela como una oportunidad de superación. Las madres y las abuelas se han convencido de que sus hijas y nietas, por ejemplo, necesitan estudiar para aspirar a un futuro más promisorio que trabajar como empleadas domésticas o convertirse en esposas”, comparte.
La vida aquí, en Cuentepec, no es la misma desde entonces. La divulgación y la enseñanza de la ciencia en el bachillerato han jugado un papel importante en la comunidad; la inclinación por carreras con un enfoque científico no tiene precedentes.
Organismos internacionales han señalado que la ciencia y la tecnología son herramientas necesarias para que los países progresen: el conocimiento de un pueblo sobre estos temas muestra su estado de desarrollo. Sin embargo, en México la mayoría de las comunidades indígenas vive en condiciones de pobreza, sin posibilidades reales de aspirar a un desarrollo humano digno.
En el artículo «La educación científica intercultural y el enfoque de las capacidades», para transformar las condiciones de marginación de las comunidades indígenas en México se requiere del desarrollo de una educación científica intercultural que facilite la expansión de las capacidades de las distintas comunidades, esto ayudaría a que los grupos indígenas dejen de ser excluidos de la educación.
Dentro de todo esto, se incluye la participación de los docentes en la formación de jóvenes con un espíritu científico. De acuerdo con Eloy Arteaga Valdés, académico de la Universidad de Cienfuegos, en Cuba, la enseñanza de las ciencias requiere de profesores que tomen conciencia de que su función es crear las posibilidades para que el alumno produzca y construya el conocimiento, sienta placer y satisfacción de ese descubrimiento.
En Cuentepec, Angélica Ocampos Jaimes ha sido pilar en la implementación de iniciativas para establecer dinámicas entre jóvenes de la comunidad y científicos.
Bióloga de profesión y docente por convicción, Angélica Ocampo comenta que la divulgación y la investigación científica no era una actividad común en Cuentepec, pero comenzó a gestarse de manera formal hasta hace un par de años con iniciativas como ferias de profesiones, visitas a laboratorios de investigación y el desarrollo de proyectos científicos. El interés de Angélica Ocampo por mejorar su quehacer en el aula surgió a partir de su incorporación al diplomado Ciencia en tu escuela, de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
La estrategia de enseñanza de la docente Angélica Ocampo ha sido aprovechar el contexto cultural de los jóvenes, e incluso hacer uso del conocimiento tradicional, para realizar ciencia escolar y presentar proyectos originales en congresos nacionales de investigación, dirigidos a niños y jóvenes.
De acuerdo con el artículo «La enseñanza de las ciencias en escuelas indígenas en México: Caminos en la sociedad del conocimiento» de Alejandra García Franco, en un contexto indígena este tipo de enseñanza, que se hace a partir del entorno que rodea al alumno, de las actividades que realiza a diario en el hogar, en la comunidad, permite el desarrollo de competencias de los estudiantes y su apropiación de los contenidos que integrarán aspectos de las ciencias naturales con matemáticas, geografía, lengua, por ejemplo.
La bióloga Angélica Ocampo reconoce que en Cuentepec un reto importante ha sido la comunicación con sus alumnos, quienes entre ellos se comunican en náhuatl, pero con la ayuda de jóvenes intérpretes, la enseñanza ha sido efectiva.
Especialistas como Noboru Takeuchi —quien señala que las políticas de apoyo a los grupos indígenas deben incluir como pilar fundamental la enseñanza de la ciencia y la tecnología— manifiestan que es importante incorporar a las lenguas indígenas términos científicos que permitan la comunicación de la ciencia en el idioma propio de las comunidades.
Uno de los éxitos en la comunidad ha sido la educación bilingüe que se implementa desde hace un par de años desde la educación primaria, por lo que las actividades de divulgación y enseñanza de la ciencia han llevado a que la dinámica social en Cuentepec sea diferente. Los jóvenes aquí se preparan durante un semestre para acudir a ferias y congresos científicos, con la asesoría —y por iniciativa propia— de científicos de renombre, en su mayoría miembros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
Por un lado, los proyectos contribuyen a que los jóvenes conozcan y se acerquen más a su cultura y sean conscientes de las necesidades de su comunidad. El doctor Enrique Galindo Fentanes, investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM, mantiene un contacto cercano con los estudiantes de Cuentepec. Como asesor en proyectos, asegura que estos, sin saberlo, también se involucran en actividades de divulgación.
Uno de los trabajos de investigación, por ejemplo, consistió en analizar el contenido de parásitos en peces de cuerpos lacustres cercanos a la región. “Los estudiantes descubrieron que de uno de los lugares analizados, hasta 70 por ciento de los peces tenía parásitos que pueden afectar la salud humana. Con esta información pudieron alertar a la población sobre el riesgo de comer pescado que se captura en su localidad”, explica.
Si bien Cuentepec tiene una dinámica exitosa en materia de divulgación científica, la deserción escolar es un problema que persiste. De acuerdo con el III Informe de Actividades 2014-2015 del Cobaem, de una matrícula de 150 alumnos del Cobaem, menos de una tercera parte concluye sus estudios. A nivel nacional, la principal causa de deserción escolar entre los adolescentes de 15 a 17 años sigue siendo la falta de interés o requisitos para ingresar a la escuela y falta de recursos económicos.
La motivación y convencimiento hacia los jóvenes para que regresen a la escuela es una de las tareas más complejas para los profesores, dice Noé Rafael. “Hay jóvenes que no quieren venir a la escuela por problemas en casa o económicos. Si logramos que uno de ellos regrese al aula, esto ya representa una gran labor. Hoy en día, la comunidad nos percibe bien, ha visto el proceso de evolución y crecimiento a través de los años”, comparte.
Pero destacar en concursos de investigación a nivel nacional, dice el director institucional, “nos motiva a fortalecer las estrategias académicas y redoblar esfuerzos, porque es claro que nuestros jóvenes están a la altura de cualquier otro chico de su edad. Acá lo que cambia son las circunstancias”, dice.
Son esas circunstancias las que han generado en la comunidad estudiantil mayor interés por la participación en congresos de investigación y la ciencia en general; Juan Francisco Sarmina Domínguez es hoy un referente en su comunidad. “Hay jóvenes que me dicen: ‘Si él puede, yo también’. Saben que él viajó a Colombia después de ganar en un congreso de investigación, y eso motiva a los chicos”, comparte la bióloga.
Juan Francisco Sarmina Domínguez, hijo de padres campesinos, ha realizado investigaciones con el chichilej, una planta que crece en los campos de Cuentepec. Esta especie ha sido utilizada por la población para tratar los piquetes de alacrán. La investigación atrajo la atención de Alejandro Alagón Cano, especialista en el desarrollo de antivenenos.
Ahora, lo que comenzó como un proyecto escolar, es hoy materia de tesis para el universitario en ciencias biológicas. Juan Francisco Sarmina relata que hasta ahora no existen investigaciones sobre la planta, y su trabajo de investigación sería la primera aportación al conocimiento de la especie.
Para la investigadora Juana Silvia Espinosa, la enseñanza de ciencias basada en la indagación es una estrategia apta para ser aplicada a cualquier nivel educativo y pretende que los alumnos desarrollen gradualmente sus habilidades y actitudes asociadas al quehacer científico, sintiéndose cercanos a los fenómenos que se observan en la vida cotidiana, construyendo su propio conocimiento y aprendiendo de forma significativa, como sucede con Juan Francisco Sarmina.
Para especialistas como Alejandro Lago, maestro en información y gestión del conocimiento del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, esas experiencias adquiridas durante miles de años sobre la naturaleza y el uso que les han dado las comunidades indígenas constituyen la puerta de entrada a la investigación científica.
Para la doctora Margarita Uruchurto, la ciencia escolar es un medio para ello, no un fin. “Son estudiantes con las preocupaciones y anhelos de los adolescentes mexicanos, con bajos recursos y temor por el futuro. Que se involucran en estas actividades escolares con la intención de tener medios y razones para salir de visita a otros lugares. Creo que el valor de su trabajo ha sido hacer de sucesos cotidianos para ellos, temas válidos para hacer sus pininos de indagación científica. Han destacado en eventos nacionales porque se trata de proyectos bien hechos con temáticas muy, muy simples. Ese es nuestro compromiso, que tengan una guía con la que puedan orientar su curiosidad sobre cualquier tema”.
De acuerdo con la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), existe un inmenso potencial de inteligencia y aprendizaje en niños y jóvenes. Solo necesitan la oportunidad de encontrar facilitadores que les hagan disfrutar los descubrimientos de las ciencias y admirar el microcosmos de la naturaleza.
Noé Pérez reconoce que el entusiasmo de los jóvenes y la avidez por aprender es un factor que motiva a los profesores e investigadores a prestar especial interés a la comunidad. Cuentepec es un ejemplo de que la ciencia, llevada a contextos desfavorecidos, puede motivar un cambio en la vida en algunos jóvenes de la comunidad. Los congresos científicos pueden ser un pretexto para el intercambio de ideas y, en el mejor de los casos, motivar vocaciones científicas, como sucedió con Norma Ivette Nava Sierra, Santos Ricardo Villarreal y Juan Francisco Sarmina Domínguez.
Cuentepec tuvo la fortuna de contar con académicos e investigadores que, más allá de lo que exige su quehacer laboral, han fomentado en los jóvenes la curiosidad por las ciencias, descubrir su entorno y conocer el método científico.
“Los padres de los jóvenes ven la institución como un semillero para seguir formando profesionistas, y esto se refleja en el desarrollo de la comunidad. Podemos decir que la institución y los propios estudiantes tienen un grado de influencia tremendo”, comparté Noé Rafael.
Angélica Ocampos Jaimes reconoce que una de las metas es la creación de una asociación civil en la comunidad y realizar proyectos de investigación similares a los que hasta ahora se realizan en el aula, pero con aplicaciones directas para el entorno.
Con información de CONACYT Prensa