A un año de la guerra interna del Cártel de Sinaloa, la capital del estado enfrenta graves afectaciones económicas. Comercios cerrados, calles desiertas y más de 20 mil empresas afectadas son el reflejo de una violencia que mantiene a la ciudad bajo silencio y miedo.

De acuerdo con la Unión de Comerciantes de Culiacán y organismos empresariales como Coparmex, hasta 15 mil micro, pequeñas y medianas empresas han cerrado de manera temporal o definitiva, tanto en Culiacán como en municipios vecinos como Navolato, Elota, Eldorado y Mazatlán. Solo en Navolato, en el Mercado Hidalgo, se contabilizan decenas de locales con las persianas bajas, mientras que las ventas han caído hasta un 70 por ciento, según testimonios de comerciantes locales.

“Con la violencia no se puede trabajar. Vivimos estresados por llevar un taco a la mesa; no sabemos si correr o bajar la cortina”, relata María del Carmen López, comerciante de Navolato. En Culiacán, comerciantes como Marco Flores, cuyo negocio cerró tras 20 años de operación, confirman que el flujo de clientes se desplomó y las ventas en línea no compensaron las pérdidas.

La crisis económica no se limita al comercio. El sector agrícola también ha sido afectado. Agricultores reportan producciones menos productivas de hortalizas y granos, retrasos en la cosecha y riesgo constante en carreteras rurales, donde los retenes del crimen organizado son comunes. “Ha habido agarrones muy violentos dentro de los campos. Trabajadores y patrones viven con miedo”, señala Enrique Riveros, consejero agrícola de Coparmex Sinaloa.

Entre los impactos acumulados, la Unión de Comerciantes calcula pérdidas por al menos 70 mil millones de pesos, cifra que incluye al comercio informal, que representa alrededor del 50 por ciento de la actividad económica en Sinaloa. Además, se ha registrado un incremento en extorsiones, con entre 8 y 20 llamadas diarias a comerciantes, y al menos mil despojos de vehículos en el último año.

La capital sinaloense, marcada por más de 2 mil asesinatos y desapariciones, se ha convertido en una ciudad donde el miedo dicta horarios, cierres y rutinas. Comercios que antes ofrecían cenas y vida nocturna ahora adaptan su operación a un “toque de queda autoimpuesto”, y los ciudadanos optan por no salir tras la puesta del sol.

La guerra interna del cártel no solo ha dejado calles vacías y silenciosas: también fracturó el sustento de millones de hogares y mantiene a Culiacán entre la inseguridad, el desempleo y la incertidumbre económica.