Desde hace casi dos décadas, un colectivo de artistas gráficos ha acompañado luchas sociales en México a través del cartel como forma de denuncia, memoria y solidaridad. Se trata del taller Gran Om, fundado en 2010, cuyo trabajo ha servido como herramienta de comunicación política para comunidades indígenas, colectivos feministas, movimientos estudiantiles y organizaciones de resistencia popular.

El proyecto tuvo su origen en 2006, tras los actos de represión ocurridos en San Salvador Atenco. Desde entonces, ha producido más de mil carteles con una estética inspirada en el grabado tradicional, adaptada al lenguaje digital y pensada para la calle. A través de una línea visual contundente, sus obras han acompañado protestas, acciones de resistencia y demandas por justicia en distintas regiones del país.

Uno de los espacios que hoy reúne gran parte de esta gráfica es el inmueble ocupado desde 2020 por integrantes de la comunidad otomí, en la Ciudad de México. Ahí, donde antes operaban oficinas del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), se ha consolidado un centro de lucha y organización social conocido como Casa de los Pueblos Samir Flores Soberanes. Los muros del edificio están tapizados con carteles creados por Gran Om, que reflejan la diversidad de causas que convergen en este espacio.

El taller, liderado por Omar Inzunza, ha trabajado de la mano con movimientos sociales que solicitan su apoyo a través de redes sociales. Aunque el proyecto se sostiene por la venta simbólica de algunas piezas y una tienda en línea, los carteles que acompañan manifestaciones y campañas son donados o puestos a disposición de forma accesible, como una forma de compromiso con las luchas que representan.

Uno de los artistas del colectivo, Fernando Ponce, conocido como ‘Kloer’, ha trasladado su experiencia en el grafiti urbano al cartel digital con fuerte carga simbólica y política. Desde su incorporación al taller tras el sismo de 2017, ha participado en la elaboración de piezas que hoy circulan por calles y espacios públicos, dentro y fuera del país.

En el caso del movimiento otomí, por ejemplo, la imagen de una muñeca tradicional, reinterpretada con los colores y consignas del movimiento, se ha convertido en símbolo de identidad y resistencia. Para los integrantes de la comunidad, estos carteles no solo comunican su causa: la representan.

El trabajo de Gran Om se inscribe dentro de una corriente de arte comprometido con las problemáticas sociales. Sus creadores consideran que el cartel, por su inmediatez y potencia visual, sigue siendo un formato vigente y eficaz para abrir espacios de reflexión en el entorno urbano. En un contexto mediático dominado por la saturación informativa, apuestan por la gráfica como una forma de romper el silencio y visibilizar luchas que, de otro modo, quedarían en la sombra.

Este modelo de producción artística ha logrado que colectivos y ciudadanos encuentren en el arte una vía para expresar sus demandas y articular resistencias. En palabras de sus integrantes, el objetivo no es embellecer las calles, sino hacer del arte una herramienta útil para transformar la realidad.

*Esta información fue retomada a partir de un reportaje de Animal Político, el cual forma parte de una serie de reportajes llamada “Artivismo: o cómo el arte puede ser un agente de transformación social”.