julio 16, 2019
Quienes integran las nuevas generaciones se comunican entre sí de modos que los adultos acaso no entiendan del todo. Y están tomando ya acciones para evitar la catástrofe que no ha sabido evitarse. Lo demuestra la figura de esta jovencísima activista sueca, cuya voz está resonando en los foros más importantes del mundo, pero, sobre todo, entre las multitudes de quienes ya están tomando posesión del futuro que les tocará vivir.
Yara Patiño | Revista Magis*
Foto de ilustración: Michael Campanella
Su nombre completo es Greta Tintin Eleonora Ernman Thunberg y es de Suecia. Se parece mucho a otra chica sueca de nombre largo, Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. El parecido no radica sólo en lo extenso de sus nombres y su lugar de origen, sino también en muchos otros aspectos: ambas son pelirrojas y llevan el cabello trenzado, ambas son pequeñas y enormes al mismo tiempo. Son valientes y tienen un amor extraordinario por la vida. Son desobedientes, inteligentes y disfrutan de convivir con los animales. Pippi Långstrump (o Longstocking, o Calzaslargas) tiene un caballo llamado Lilla Gubben (Muchachito); Greta, una yegua llamada Freyja, como la diosa nórdica del amor, la belleza y la vida, a quien representan con un carruaje tirado por gatos. Ambas llevan a sus amigos a la aventura de vivir diferente, a la aventura de la rebelión, la resistencia, la generosidad. Ambas quieren arreglarlo todo. Se burlan de los adultos “cabezadura”. Y cada una es “la niña más fuerte del mundo”. A pesar de su fuerza, ninguna de ellas usa la violencia para resolver los conflictos. Son poderosas, pero no abusan del poder; por el contrario, lo utilizan para proteger a los más vulnerables. Como Pippi, Greta también tiene un modo particular de hacer las cosas, y, por tanto, estas dos chicas están fuera de la norma, porque lo normal, en el mundo de los adultos, parece ser la injusticia.
Pero hay algunas diferencias entre ellas: Pippi tiene nueve años desde que nació, en 1945. Greta cumplió 16 este año y en 2103 cumplirá 100. Pippi puede levantar su caballo con una sola mano. Greta dirige un ejército juvenil hacia el futuro. Pippi es un personaje literario imaginado por la escritora Astrid Lindgren. Greta es real. Tan real como la crisis ambiental. Tan real como el peligro del cambio climático.
Razones y hechos y amores
El 20 de agosto de 2018, Greta decidió no ir a la escuela —así podría empezar una aventura de Pippi—. En lugar de eso, fue a sentarse afuera del Riksdag, la Asamblea Legislativa del Reino de Suecia, con un cartel que decía “Huelga escolar por el clima”. El objetivo de Greta era exigir al gobierno de su país, ante el Parlamento de Estocolmo, que acatara el Acuerdo de París y redujera las emisiones de carbono para que el planeta pueda enfriarse un grado y medio. Dicho acuerdo, que es la continuación del Protocolo de Kioto, fue establecido por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y decreta las medidas necesarias para la reducción de los gases de efecto invernadero con el fin de mitigar el calentamiento global.
“Hechos son amores…”, empieza un dicho popular que, como Greta, anima a actuar con apenas unas palabras, y exhorta a demostrar que los afectos son acciones específicas; “…y no buenas razones”, termina el refrán, para señalar que no se trata sólo de palabras y que la cosa no puede quedarse ahí. Pero Greta también tiene buenas razones. Todos las tenemos, dice, y, aun así, las acciones no llegan. No las suficientes.
Greta Thunberg durante una protesta en la asamblea legislativa en Suecia. El letrero dice: «Huelga escolar por el clima». Foto: AFP
Parece una contradicción: pedir actos, más que palabras… con palabras. Pero, en ocasiones, la expresión es el detonante de la acción, y para que algo explote basta un impulso minúsculo, una descarga eléctrica que derive en una transformación del estado previo, la matriz que origina un cambio profundo. Y así también es Greta: una contradicción, una falla en el sistema, una detonación que empieza siendo inaudible e invisible, pero termina en estruendo.
Greta Thunberg es inusual. Fue diagnosticada con síndrome de Asperger, una forma de autismo que le provoca también mutismo selectivo, es decir, que sólo habla cuando es necesario. Y ahora está hablando. Y ahora está haciendo lo que no debía hacer: se ha convertido en la falla de un sistema fallido. Se ha hecho escuchar desobedeciendo.
Con apenas quince años, se sentó con un cartel de protesta. No pasó gran cosa ese día, pero volvió a hacerlo y siguió insistiendo hasta conseguir que otros más lo hicieran. Ese empecinamiento nace de una resolución firme: salvar al planeta y empezar ya. A los ocho años empezó a quedarle claro que el planeta y su futuro estaban en peligro. A los once cayó en depresión profunda al darse cuenta no sólo de la catástrofe que se avecina, sino también de las consecuencias desastrosas de que no actuemos a tiempo. Dejó de comer, lo que aún la tiene pequeñita y de apariencia frágil. Pero esa fragilidad aparente se ha convertido en un poderoso ariete, y su voz suave y pausada se ha vuelto un grito estrepitoso al que se suman ya millones de voces —que aún son pocas—.
Antes de que todo termine
Greta nació en 2003. Cien años antes, Svante Arrhenius era galardonado con el Premio Nobel de Química. El padre de Greta, actor de teatro, recibió el nombre de Svante en recuerdo del científico, quien fuera pariente lejano de su abuelo, el también actor de teatro y director Olof Thunberg. Greta habla de cien años después y teme que su descendencia ya no pueda disfrutar de nuestro mundo. En 2050, dice, terminará todo para nosotros, los adultos de ahora; pero para su generación será apenas la mitad de la vida, y podría ya no quedar nada. Por ello, también teme que su generación no pueda reparar el daño que aún podríamos reparar nosotros. Y por eso nos grita tan suavemente, tan firmemente, con razones y hechos y amores.
La madre de Greta, Malena Ernman, es una reconocida cantante de ópera. Por ella, Greta conocía un poco lo que significa estar bajo los reflectores. No le gusta, pero le resulta familiar y puede entenderlo ahora. No le gusta porque es tímida. Porque su autismo le impide participar de ciertas formas sociales de convivencia. Pero esta condición, dice, le ayuda también a no creer en mentiras. Si un político se va por las ramas, ella lo nota. Hay cosas para las que no hay matices que valgan, dice también, porque son o no son: son blancas o negras, se actúa o no, vivimos o morimos. Y no es sólo empecinamiento o cerrazón; por el contrario, es claridad y firmeza. Es esta forma clara la que brilla por encima de las políticas y los discursos grises, sobre la hipocresía de los que pretenden ocultar los verdaderos motivos de ciertas decisiones. Ella lo ve claro: la riqueza de unos pocos es el exterminio de muchos. Ése es el sistema que quiere hacer implosionar desde dentro, como una
hacker, como un error, una grieta que desgajará todo.
Pero la claridad de Greta no se debe sólo a su condición de autista, sino también, seguramente, a su edad. Su generación sabe cosas que nosotros no entendemos. Y se comunican entre ellos de una forma que ojalá lleguemos a entender. Su perspectiva es vital, pero parece invisible para nosotros los adultos. Tenemos que entender que ellos parecen frágiles, pero que los frágiles somos nosotros, y que debemos cuidarnos unos a otros, escuchando y haciendo lo necesario. Y debemos hacerlo ya: nuestra casa está en llamas, no hay tiempo para seguirnos mintiendo.
En Bruselas, Bélgica, los estudiantes salieron a manifestarse contra el cambio climático el 21 de febrero de este año. Foto: Emmanuel Nunand/AFP
Las redes que nos van a sostener
Lo que está produciendo la generación de Greta es nuestro futuro, el de ellos y el de todo el planeta. ¿Qué es? ¿Cómo lo están haciendo? Están haciendo visible lo que no habíamos podido ver. Lo hacen tejiendo, y este zurcido es invisible. Parece una contradicción, como Greta y su empecinamiento, como nosotros y nuestra ceguera. Tejen redes, y esas redes nos están sosteniendo. Son como una onda expansiva. Como en una telaraña, cuando algo cae en ella reverberan todas las fibras, y ellos, como la araña, lo sienten y actúan en consecuencia. Los chicos navegan y se dan cuenta de lo que ocurre, leen las señales y reconocen los signos antes que nadie; saben también que pueden hablarse en un código secreto. Están produciendo discursos en ese código y luego nos los comunican como creen que los podemos entender.
Hace algunos años se llevó a cabo una campaña contra el maltrato infantil, promovida por la Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR). Los anuncios mostraban un mensaje que, desde la perspectiva de un adulto —es decir, desde su altura—, parecía tener poca relevancia; pero desde la perspectiva de un niño podía leerse otro mensaje, que le ofrecía la forma de obtener ayuda sin que el adulto lo supiera —ese adulto bien podía ser quien estuviera infligiendo el daño—. El cartel estaba diseñado y pensado para ser visto sólo por los niños y no por los adultos. Algo así ocurre con los jóvenes y con lo que están haciendo: ven y se transmiten eso que sólo ven ellos, y encuentran sus propias soluciones, que luego resultan ser las de todos, pero que nosotros no vemos porque no tenemos su estatura. En muy poco tiempo, menos de un año, las movilizaciones de estudiantes que quieren salvar su futuro aumentan y los jóvenes que se han unido a la causa se cuentan ya por millones.
Están aquellos a quienes se les escucha y se les cree de antemano, aquellos que, se supone, tienen los saberes para decirnos qué podemos hacer y qué no. Greta no es de ésos. Ni los chicos de quince años. A éstos no solemos escucharlos ni concederles sabiduría de antemano. No son ellos quienes nos van a decir qué hacer, ¿no? ¿No? ¿Y qué tal si son ellos los que tienen el mejor plan? Greta tiene uno y su objetivo es transparente y claro como ella, y es claro también para los que hablan, actúan, luchan con ella: niños, estudiantes, y ahora también científicos y académicos. Greta ha tenido que hablar sin quererlo. Para ella es duro ser escuchada, le cuesta mucho, pero ha tenido que hacerlo y por eso ha tenido que reunir evidencias, romper las reglas, amar la vida, pensar en voz alta, gritar en voz baja, actuar. Repetir. Una y otra vez, las que sean necesarias. Ahora, esa voz tenue y esa figura diminuta reverberan como onda expansiva.
Puede parecer evidente que, a su paso, Greta deja esperanza. Pero a ella no le gusta esta palabra, porque, dice, ya tuvimos demasiado de ella, y lo que ahora necesitamos son acciones. Más bien, entonces, deja a su paso construcción: los bloques, las redes, las palabras, todo eso con lo que juegan los chicos. Pero salvar al planeta no es un juego. ¿No? Tal vez lo sea: el juego nos prepara para la vida futura, el juego construye el futuro con los elementos del presente y con la memoria. Por si fuera poco, es divertido. ¿Qué tal si jugamos con estos chicos? Ellos se toman el juego muy en serio y es necesario, urgente, construir la diversión que queremos, el futuro que imaginamos cuando dicen “utopía”. Pero hay que jugar ahora para que el mundo siga siendo nuestro campo de juegos.
Greta Thunberg (detrás de la manta, al centro) y la activista alemana Luisa Marie Neubauer (a su derecha) asisten a la manifestación “Viernes para el Futuro” que se realizó en marzo de este año en Berlín. Foto: Tobías Schwarz/AFP
Greta es activista por accidente y tal vez se tome un año sabático para continuar llevando su mensaje y llamando a la acción. Algunos le reprochan que ha faltado mucho a la escuela, que está perdiendo el tiempo y que debería estar estudiando. Ella responde que más tiempo han perdido los políticos con sus treinta años de inacción.
Empezó convenciendo a sus propios padres. Aun a costa de su carrera como cantante de ópera, su madre dejó de viajar en aviones: Greta le hizo saber que los aviones son responsables del 2.5 de las emisiones de co2 a escala mundial. En cuanto a su padre, éste se ha dicho impresionado por su propia ignorancia y la de la sociedad. Empezaron a cultivar vegetales e instalaron celdas solares. Greta ha tenido que declinar invitaciones y premios que le requieran subir a un avión.
¿Y qué ha logrado esta chica tímida con su desobediencia civil? Mucho, en unos cuantos meses: la respuesta que dio a la entonces Primera Ministra del Reino Unido, Theresa May, cuando la regañó por faltar a la escuela (Greta le contestó: “Ustedes han perdido más tiempo, el tiempo de todos”); ha dado una tremenda charla en TEDx Estocolmo; un discurso en la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas (COP24); otro en el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, donde fue recibida por la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde. Compartió la sesión —y miradas de respeto y admiración mutua— con la primatóloga Jane Goodall. Ahí también participó en la sesión “Preparándonos para la alteración climática”, junto a François Villeroy, presidente del Banco Nacional de Francia. Greta es quien ideó y creó el movimiento Fridays for Future, la huelga estudiantil de los viernes para salvar al planeta, que en marzo de este año convocó a una marcha mundial contra el cambio climático, a la que asistieron millón y medio de personas de 123 países y en la que se contó con el apoyo de más de 3 mil 400 científicos y académicos. Ha recibido numerosos premios y condecoraciones por hablar y escribir acerca del clima y para los jóvenes. Ha sido nombrada Mujer del Año en su país natal y mencionada como una de los 25 adolescentes más influyentes en el mundo por la revista Time. Y acaba de ser nominada al Premio Nobel de la Paz.
Los ecos de una voz
En su número de abril, la revista Science publicó una carta titulada “Concerns of Young Protesters Are Justified” (Las preocupaciones de los jóvenes manifestantes están justificadas). El documento fue firmado por tres mil científicos de todo el mundo.
La voz tenue y firme de Greta resuena en el planeta que quiere salvar. México es uno de los países que se han sumado al movimiento Fridays for Future (conocido también como Juventud por el Clima). En nuestro país, numerosos jóvenes han marchado y hecho eco de este urgente llamado a la acción. Una de las voces principales pertenece a Clara Inés Martínez, estudiante de la Universidad Iberoamericana, quien organizó la marcha en Ciudad de México. Su exigencia es “que nuestro gobierno se apegue a los compromisos internacionales a los que se ha suscrito y sus políticas se basen en alcanzar un desarrollo social verdaderamente equitativo para nosotros y para las futuras generaciones”. Otros líderes juveniles latinoamericanos son Xiuhtezcatl Martínez, de 17 años, nacido en Estados Unidos y de ascendencia mexica; en Chile, está la voz de Valentina Chavarría, también de 17 años; en Argentina, la de Sofía Bianchi, de 16; Tatiana Unzaga, en Colombia; Brenda Vargas en Perú; Grisell Torres, en Paraguay; Lía Altamirano, en Ecuador; Bruno Toledo, en Brasil; y cientos de miles más. ¿Cómo supieron de Greta? Porque hablan entre ellos, se escuchan entre ellos, se inspiran entre ellos, aprenden entre ellos… y actúan por y para todos nosotros.
Imagen de la acción denominada Global Climate Strike, en la que los adolescentes hacen eco de la consigna de Millicent Fawcet, activista y sufragista: “El coraje llama al coraje en cualquier parte”. Foto: Garry Knight
“No lo hacemos porque sea fácil”, han dicho estos chicos en sus manifestaciones o en carteles, “sino porque es difícil. Y tenemos que hacerlo rompiendo las reglas; si no hubiésemos hecho algo mal, según el sistema, no hubiésemos sido escuchados”. “Hay que declarar la crisis”, “hemos venido hasta aquí porque no hay tiempo ni excusas”, “nuestra casa arde, pero nosotros ardemos más”, “no nos iremos, y seremos su dolor en el trasero hasta que hagan algo”. “¡Regresen el futuro!”. Y éste es el juego que nos proponen: construir el futuro que queremos y no morir antes de tiempo. Suena importante. Suena infantil. Suena como alarma. Suena como amor.
Suena como el juego más divertido que podemos jugar, ¡y nos están invitando! Hablando de juegos, ¿qué tal uno de palabras, uno que opera como lo hacen los chicos? Subvirtiendo el sentido, poniendo todo de cabeza. Uno que han puesto en sus carteles, para nosotros: LET’S MAKE THE WORLD GRETA AGAIN
*El texto fue publicado en la revista Magis, del ITESO.