diciembre 4, 2018
Por Ana Farías / PARVADA.
Foto de ilustración: (IMDb
“Esto es una oda a la explotación”, dije cuando salí de ver Roma en el cine. Mi acompañante dijo que no, que es más bien un recuento de algunos episodios de la infancia de Cuarón y de muchas familias. Si representa algo tan privado y problemático de una forma tan in your face debe ser porque es consciente de que ahí hay algún tipo de abuso, ¿o no?
Varias veces he leído que un acierto de la película es no ser panfletaria, no haber sido creada con una ideología detrás. Pero se dice esto como si de verdad fuera posible y como si no viviéramos en un mundo que da cabida a romantizar la explotación. No digo que tendría que haber sido una película militante, pero, amigas, dense cuenta de que ningún producto cultural está desprovisto de ideología. Lo que pasa es que no la vemos porque ésta es la normal y son los lentes con los que entendemos el mundo.
Supongamos que fuera una película sobre una obrera de la maquila. En ella se narra su paso por una fábrica en la que la hacen trabajar más de la jornada de ley, al parecer no tiene vacaciones, la insultan y la vigilan en sus horas de descanso (“La señora no quiere que tengamos la luz prendida en la noche”). Después de que la trabajadora pasa por todo eso, que a cualquiera tendría que parecerle alarmante, la película cierra con la mujer haciendo lo mismo de siempre: su trabajo. Todo esto revestido de un velo de amor por sus empleadores y de éstos por ella. Intuyo que ante algo así sería más fácil ver lo problemático que es y perfectamente cabría la pregunta de cuál es la intención de retratarlo.[1] Creo que la diferencia entre este escenario y el de la película, y la razón por la que el primero puede considerarse problemático mientras que el segundo no, es: 1) el trabajo del hogar aún no termina de verse como un trabajo real; 2) hay amor en juego, y lo que se relaciona con éste, sobre todo en escenarios domésticos, no suele someterse al escrutinio.
En el contexto en que sale esta película es bien vista (o no del todo mal vista) esa práctica de considerar a las trabajadoras del hogar “como de la familia”. Entiendo que se debe confiar en el público para entender críticamente los productos culturales. Eso no significa que éste deba por fuerza estar en desacuerdo, sino que se espera que lea entre líneas el mensaje que se manda con dicho producto. Pero para eso la audiencia debe saber distinguir cuándo algo es problemático y cuándo no. Si la idea de que las trabajadoras del hogar son como de la familia está tan generalizada, ¿cómo no va a tomarse como algo lindo que Cleo se desviva por aquella para la que trabaja?
Decir que las trabajadoras del hogar son como de la familia no es un halago: ser mujer en una familia implica encargarse de la casa y de todos sus miembros sin que te lo reconozcan, y al final no se ve como un trabajo real sino como algo que hacemos las mujeres por otras personas dado que las queremos. Así, al trabajo del hogar nunca se le va a dar categoría de tal. Se entiende entonces por qué resulta fácil darles a las trabajadoras ropa usada en vez de aguinaldo.
¿Y cuál es la responsabilidad de la película en todo esto? Bueno, de entrada una película no tiene por qué posicionarse abiertamente a favor o en contra de nada. La cosa, como dije antes, es que detrás de cualquier narrativa siempre hay una forma de entender el mundo. Roma se ha descrito como un poema de amor hacia la Cleo de la vida real y está dedicada a ella. Eso ya nos dice algo.
Hacer un recuento de una serie de acontecimientos no necesariamente implica que se haya reflexionado críticamente sobre ellos. Que algo sea una remembranza no quita que haya habido explotación en los sucesos que se cuentan: hay poemas de amor que sólo son posibles gracias al abuso.
Es lo mismo que pasa con los libros de Historia: no hay imparcialidad aunque se pretenda que sí; lo que se narra depende de quién la cuente. Acá narra la historia alguien que se vio favorecido por una relación de explotación. El conflicto es justo ése: claro que puede haber amor derivado de una relación de esa naturaleza. Claro que, en todo caso, esa explotación viene de quienes le pagan, no necesariamente de los niños de la familia. Por supuesto que no cuestiono que un niño pueda sentir amor por la mujer que lo cuida. Es entendible que la quiera y ella lo quiera de vuelta. Lo que sí creo es que si se mira esta relación desde la distancia, una esperaría que hubiera pasado suficiente tiempo como para que el autor la viera con otros ojos. Y creo que hay elementos en la película para decir que esto no sucedió pero que, en cambio, sí es un intento de romantizar relaciones explotadoras.
Pienso, por ejemplo, en las escenas en torno al viaje a Tuxpan, en las que la madre convence a Cleo de acompañar a la familia porque no irá a trabajar sino de vacaciones y en cómo incumplió la promesa y, al regreso, a pesar de que en el viaje Cleo arriesgó su vida por salvar a la niña que se iba a ahogar, le dice a su compañera que le fue “de maravilla”. ¿De verdad era necesario narrarlo de ese modo? ¿Esa escena realmente sucedió en la vida de Cuarón? Si fue así, entonces podría decirse que sólo intentaba retratar lo que vivió, pero de otro modo parece un mero intento de hacernos ver que los problemáticos acontecimientos no lo fueron tanto.
Lo que veo muy bien de todo esto es que la película ha impulsado necesarias conversaciones en torno a las trabajadoras del hogar y sus derechos. Espero, sin embargo, que el discurso que gane no sea el mismo de siempre (y que he visto ya en artículos y redes sociales): que las trabajadoras del hogar son como de la familia, que hay que valorar el trabajo que ellas hacen porque es muy pesado (sea fácil o difícil, no se justifica la explotación) o que las mujeres son el pilar de los hogares y otras cursilerías misóginas que no sirven para problematizar por qué pasa todo eso. Pero lo veo poco probable porque estos discursos existían desde mucho antes que Roma y ésta, me parece, no hace nada por cambiarlos.