abril 15, 2021
El cambio de una realidad como la mexicana, donde se cometen nueve feminicidios al día y 66 de cada 100 mujeres han sufrido algún tipo de violencia, necesita que los hombres se replanteen a fondo quiénes son y qué papel desempeñan en dicha realidad. Algunos han comenzado a hacerlo: Héctor, Eduardo, Víctor, Alejandro y Gabriel están inmersos en procesos personales y colectivos de reflexión y de acción, para reconocer y eliminar sus violencias sexistas.
Gabriel y Aswing reflexionan sobre la violencia machista desde la comunidad gay. Fotos: Lalis Jiménez
“Explicado de forma sencilla, el feminismo es un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexista y la opresión”, afirma la intelectual y activista afroamericana bell hooks (con minúsculas) en su libro El feminismo es para todo el mundo. Desde las primeras líneas, la autora subraya que el enemigo no son los hombres, sino el pensamiento y la acción sexistas, ya sea que éstos sean perpetuados por hombres o mujeres, por niños o adultos. Todos somos socializados para creer en el pensamiento y los valores sexistas, nos dice la autora y añade: “La única diferencia es que los hombres se benefician del sexismo más que las mujeres y, como consecuencia, es menos probable que quieran renunciar al privilegio patriarcal”.
Para bell hooks —quien adoptó ese nombre en honor a su bisabuela materna y lo escribe en minúsculas para poner el foco en sus ideas, más que en su persona—, el movimiento feminista no avanzará sin los hombres como aliados. La autora sostiene que así como las primeras feministas comenzaron a organizarse en grupos para hablar y tomar conciencia de los mecanismos de la dominación masculina, “los hombres de todas las edades necesitan espacios donde se afirme y se valore su resistencia al sexismo”.
Héctor, Eduardo, Víctor, Alejandro y Gabriel son hombres mexicanos que ya participan en esos espacios. Están inmersos en procesos personales y colectivos para reconocer y eliminar sus violencias. Unos han comenzado hace apenas unos meses, y otros hace más de 10 años. De diversas formas, se han dado cuenta de que el sistema sexista también tiene efectos negativos en ellos. En algunos casos, dieron el paso a raíz de presiones o conversaciones con sus parejas, madres o amigas feministas. En otros, no fue precisamente una elección personal, sino la vía obligada para intentar reparar una relación dañada por la violencia.
Cuestionar la masculinidad —o lo que se supone que es propio de un hombre— se hace más común a medida que la lucha feminista gana protagonismo en el mundo. Han pasado casi dos años desde el estallido del movimiento global #MeToo y poco más de tres meses desde el #MeToo México. A finales de marzo de 2019, varios grupos de mujeres organizadas abrieron espacios virtuales para denunciar —de manera abierta o anónima— las violencias de hombres con nombre y apellido, comenzando por los gremios culturales y extendiéndose a sectores empresariales, políticos y universitarios. A esos intentos de visibilizar los micro y macromachismos de una población con acceso a los medios, se suma la terrible realidad del país: según cifras del Gobierno mexicano, se cometen nueve feminicidios al día y 66 de cada 100 mujeres han sufrido algún tipo de violencia de hombres cercanos a ellas. En este contexto —al que se suman decenas de miles de asesinatos del crimen organizado— se hace cada vez más evidente, y urgente, la necesidad de que los hombres actúen.
Quienes han compartido sus testimonios para este reportaje viven en Guadalajara, tienen entre 28 y 46 años, todos son al menos universitarios, no todos son heterosexuales. Héctor, Eduardo, Víctor, Alejandro y Gabriel son académicos, empresarios, funcionarios y activistas que se han propuesto ser más conscientes para erradicar su machismo y pasar el mensaje a sus amigos, compañeros e hijos.
De la reflexión a la acción
“¿Tienes inquietudes sobre tu posición, tu responsabilidad y tu quehacer como hombre respecto a la violencia de género? ¿Te suena raro eso de las ‘masculinidades’ (nuevas, positivas, deconstruidas, tecate, gillette…)? Si te identificas como hombre y estás en el área metropolitana de Guadalajara, te invitamos todos los sábados por la tarde a nuestras reuniones. Nos juntamos a pensar-nos, mediante la compartición de experiencias, el estudio y la conversación. También a organizarnos para realizar tareas colectivas de forma comprometida, que incidan en nuestro entorno y nuestras relaciones”.
La invitación —que se mantiene abierta— es del colectivo Dejar de Chingar, también llamado No es Amor es Higiene. Su fundador es Héctor Robledo, de 40 años, psicólogo social y profesor del ITESO. La comunicóloga y activista Lirba Cano, con quien Héctor forma una pareja, coordina el espacio feminista Cuerpos Parlantes, donde también se realizan algunas de las reuniones y acciones del grupo de masculinidades. Robledo cuenta que, al comenzar ese proyecto en 2013, entendió que debía sumarse al movimiento feminista desde el lugar que le correspondía como hombre. Y que debía hacerlo junto a otros compañeros, para “espejearse” mutuamente y acompañarse en un proceso de cambio personal y colectivo.
En la era del #MeToo es cada vez más común escuchar sobre masculinidades nuevas o alternativas, en oposición a las hegemónicas o tóxicas. Héctor, sin embargo, prefiere analizar el término sin adjetivos: “Si entendemos la masculinidad como lo que nos enseñan que es propio de un hombre —lo que tengo que hacer para que los demás me vean como hombre—, pues la mayoría son cosas bastante nocivas”. Desde niños, los varones son socializados para ser competitivos, valientes, proveedores, conquistadores, y para no manifestar otra emoción aparte de la ira. “Tengo que mostrar que no soy femenino, que no soy como las mujeres, los homosexuales o los niños. Ser un hombre implica desprecio y negación hacia lo femenino, y esa negación se expresa con violencia”, sostiene el psicólogo social.
Por eso, en su opinión, antes de “poner etiquetas rimbombantes es urgente que los hombres hagamos algo con nosotros mismos. Seguimos viviendo en un sistema binario de género donde el trabajo se designa según qué cuerpo tienes, la violencia de todos los tipos se sigue ejerciendo mayoritariamente desde los hombres. La violación sigue siendo una de las armas más usadas en todas las guerras, incluida la que tenemos en México”.
El fundador del colectivo Dejar de Chingar cuenta que su participación en éste se ha convertido en una prioridad para alrededor de 14 de sus miembros. En los últimos seis años han atravesado juntos por diversas etapas, pero ahora están más enfocados en pasar a la acción. Se han comprometido, por ejemplo, a organizar una guardería-ludoteca para que las madres no dejen de asistir a las movilizaciones o marchas feministas por cuidar a sus hijos. Uno de los compañeros ofreció un taller al resto para enseñarles sobre los cuidados básicos de los niños y niñas.
Más recientemente, Robledo ha comenzado a hablar sobre masculinidades en talleres con el personal y otros docentes del ITESO. El objetivo, explica, es que los participantes logren identificar el machismo en ellos mismos, en sus prácticas y las de personas a su alrededor. “Si pensamos el machismo como un abuso de poder fincado en la creencia de que los hombres tenemos mejores capacidades que las mujeres, o que tenemos derechos sobre sus cuerpos, entonces hay un montón de creencias que desmontar”.
Lo anterior se traduce en prácticas que, según el académico, los hombres pueden y deben hacer ya: “En los talleres siempre pongo como centro de reflexión la división sexual del trabajo. Aunque digamos que no lo vemos así, las mujeres se siguen encargando de las tareas domésticas y de cuidados. Y a otros niveles, quienes están defendiendo el territorio, o quienes buscan a los desaparecidos, casi siempre son mujeres. Quiere decir que a los hombres nos falta mucha iniciativa en todo lo que tenga que ver con cuidar a la comunidad. Además de no violentar. No contribuir al silenciamiento de las compañeras. Si vemos que un profesor acosa e intenta silenciar a las estudiantes, hay que acompañar a las que denuncian. No podemos decir: ‘Es problema de ellas’. He visto claramente cómo avanzan las denuncias de las estudiantes que son acompañadas por los profesores, y cómo con las que no, no pasa nada”.
Eduardo.
Hombres en crisis
Eduardo González es fundador de Generoscopio, un proyecto que ofrece talleres y conferencias sobre igualdad de género, masculinidades y participación política de las mujeres en empresas, escuelas o instituciones públicas. Él narra en primera persona cómo ha vivido su propio proceso:
“Nací en Guadalajara en 1986, pero crecí en Ameca (Jalisco). Fui criado por una familia muy tradicional, y siempre estuve en escuelas católicas: desde la primaria hasta la universidad crecí con esa carga ideológica y religiosa. Yo soy un hombre que fue educado en la creencia de que las mujeres valían menos; no de manera literal, pero sí en la relación simbólica que tenían mis padres y otras parejas cercanas, donde ves que la opinión de la mujer vale menos, que ellas son relegadas a ciertos espacios. A través de esas prácticas cotidianas aprendes a interiorizar.
”Estudié Derecho en la Autónoma de Guadalajara, y todavía después de la carrera yo era el que interrumpía y les explicaba cosas a las mujeres o invalidaba la opinión de mi pareja. Crecí sin tender la cama siquiera un día, sin lavar un solo traste en mi casa, y todo eso me parecía normal.
”Mi esposa empezó a interesarse en el feminismo alrededor de 2013. Los dos somos abogados y decidimos profundizar en el tema. Lo primero que sentí fue un golpe confrontativo. Un espejo en la cara te muestra una realidad que se confronta con la educación que normalizaste tantos años. Y se convierte en un conflicto, porque esa educación vino de las personas que más quieres en la vida: tus padres, tus tíos, tus amigos. Es un golpe aceptarque todo lo que has creído siempre no es lo mejor, ni lo correcto. Pero una vez que te atreves a cuestionar tus paradigmas, has dado un gran paso. Sólo así he podido detectar que me equivoco cuando repito ese tipo de patrones. Es un proceso que no termina: todos los días tienes que revisarte.
”En 2016 estudié una especialización de género en la Universidad Pedagógica Nacional. Fue un año muy revelador, porque interiorizas todo lo que lees y ves en clase, encuentras ejemplos en tu vida y empiezas a ver las cosas con otra perspectiva. Cuando tuve que elegir el tema de mi trabajo de investigación, sentí la responsabilidad de hablarles a mis colegas varones: era lo más honesto que podía hacer.
”Empecé por analizar qué sucede con los hombres y cuáles son nuestras reacciones ante la ola de igualdad que se vive desde los años sesenta. La entrada de las mujeres al mercado laboral y a la educación superior ha cambiado sus condiciones enormemente.Y los hombres están sumamente alterados.Su poder se vio reducido por un fenómeno de suma cero: para que el poder de las mujeres pueda seguir aumentando, el de los hombres tiene que disminuir.
”Las mujeres han avanzado y nosotros hemos vivido en resistencia, sin movernos. Ellas han ido ganando y reivindicando su posición en diferentes ámbitos, mientras que los hombres seguimos viviendo en esta caja en la que se nos educa, sin poder salir de ahí, aferrados a una serie de mandatos de la masculinidad. Los hombres estamos en una crisis existencial, aunque casi nunca lo aceptemos. No podemos continuar con el mismo modelo de lo que significa ser hombre, porque además de toda la violencia que se ejerce hacia las mujeres, nos estamos matando a nosotros mismos.
”Cuando doy charlas de masculinidad en empresas o instituciones públicas, me dicen: ‘Es muy interesante que tú como hombre lo digas’. Me dan a entender que si lo digo yo es más importante que si lo dice una mujer. Se replica la desigualdad y es una realidad que no puedo negar. Esta posibilidad de ser escuchado me hace pensar en la responsabilidad de dar un mensaje que promueva un cambio, en grande o pequeña medida”.
Víctor.
Un proyecto público para reeducar a hombres violentos
El último día del sexenio de Enrique Peña Nieto, la Secretaría de Gobernación (Segob) declaró la Alerta de Violencia de Género para Jalisco. Un conjunto de organizaciones civiles —locales, nacionales e internacionales— la había solicitado en noviembre de 2016, con el fin de enfrentar y erradicar los feminicidios y desapariciones de mujeres y niñas. En total hay 17 estados mexicanos que ya tienen alertas, que se deben traducir en acciones gubernamentales urgentes para frenar la violencia sexista.
Como parte del plan de acción federal, en mayo de 2017 se abrió en Guadalajara un centro público de reeducación para hombres violentos. Su nombre oficial es Centro Especializado para la Erradicación de Conductas Violentas hacia las Mujeres (Cecovim), y en Jalisco depende de la recién creada Secretaría de Igualdad Sustantiva. Los hombres que se inscriben a los talleres gratuitos de 16 sesiones (o 32 horas) pueden llegar de manera voluntaria, por canalización de alguna institución pública o por orden de un juez.
Este último es el caso de Víctor, un abogado con dos maestrías, 46 años, 28 de casado y tres hijos, quien ha completado 12 sesiones en los grupos de atención de Cecovim. “Le demostré a mi esposa de una manera muy burda mi sentir hacia ella”, dice sobre el hecho violento que lo llevó hasta allí. Víctor acepta que cometió un error al revisar el teléfono de su pareja y explica que estalló de rabia al encontrar el saludo de otro hombre. “No llegué a tocarla, pero fui muy violento, me comieron los celos. Uno de mis hijos llamó a la policía y llegaron por mí. Me detuvieron porque estábamos discutiendo muy fuerte y me llevaron a la Fiscalía”.
Cinco meses después del incidente, las palabras de Víctor reflejan la asimilación paulatina de conceptos que —como me explica el tutor más adelante— se trabajan en el taller. Al mismo tiempo, algunas partes de su discurso demuestran que eliminar el sexismo es un proceso lento, que requiere un estado permanente de observación crítica de uno mismo. Pero Víctor suena convencido de la necesidad de cambiar y explica algunas de sus razones: “Yo tengo una hija que no quiero que vuelva a ver a su papá violento, porque yo no puedo aceptar que alguien me la violente […] Al ser reflexivo entiendes que estás tratando con otro ser humano que tiene el mismo sentir que tú, y que no merece ser lastimado en ningún sentido, porque es tu pareja”.
Para Alejandro Durán, tallerista y coordinador administrativo de Cecovim, lo más importante como facilitador de talleres “es que también vivas un proceso personal, que reflexiones y que identifiques tus propios micromachismos, porque hay cosas tan naturalizadas que no las vemos como violencia”. Él y sus compañeros del centro, la mayoría sociólogos o psicólogos, fueron capacitados por la asociación civil Gendes, una de las pioneras en México en atención a hombres para la construcción de relaciones igualitarias. “Muchas veces trabajamos con ejemplos de nuestras propias violencias, para que ellos vean que no hay ningún hombre que se salve”, dice el funcionario de 41 años originario de Veracruz, donde comenzó a trabajar con perspectiva de género en el instituto estatal de las mujeres.
Sólo en 2019 se han inscrito en estos talleres 51 hombres, de los cuales, alrededor de la mitad llegó por denuncias y el resto de forma voluntaria. Tienen entre 19 y 68 años, y hay desde personas sin estudios hasta hombres con posgrados. No se acepta el ingreso de quienes hayan cometido o intentado cometer feminicidio, ni de personas con problemas psiquiátricos o adictos que no estén recibiendo la atención correspondiente. Según Durán, hay hombres más y menos receptivos, y otros que aseguran que nacieron y se van a morir machistas.
“La primera y la segunda sesiones son las más difíciles, porque la confrontación es muy fuerte. Muchas veces llegan como víctimas o muy enojados porque los mandaron”, cuenta Alejandro. Uno de los primeros pasos consiste en reflexionar acerca de cómo la masculinidad patriarcal afecta a hombres y mujeres. Después se les pide que identifiquen los servicios domésticos o emocionales que exigen de sus parejas, para que dejen de pedirlos. Se revisan los tipos de violencia (emocional, sexual, económica, física, verbal) y se comparten técnicas de respiración y atención plena para evitar ejercerlas. Al final del taller deben realizar un plan de igualdad: “Les decimos que hay que perder para ganar: perder privilegios que tenemos como hombres para ganar relaciones igualitarias”.
Alejandro.
“También los gays debemos revisar nuestras violencias”
Gabriel Molina afirma que tiene dos trabajos: el primero es en el Ayuntamiento de Zapopan —donde colabora en la creación de políticas públicas para la igualdad de género—, y el segundo es en el colectivo de masculinidades Dejar de Chingar, donde participa activamente desde hace tres años. Como hombre homosexual, le interesa ampliar los alcances de este tipo de espacios, pues en la mayoría los participantes son heterosexuales. “Cuando trabajo con masculinistas encuentro una agenda muy heterosexual, y cuando trabajo con gays encuentro que les interesa muy poco trabajar sus violencias”, dice Molina. “Hay una posición muy clara de lesbofeminismo, pero no de masculinidades gay”.
Sin embargo, el psicólogo y activista de 28 años cree firmemente en la necesidad de reflexión en todos los hombres, sin importar su orientación sexual: “Nosotros también fuimos criados en este mismo sistema patriarcal. El hecho de que no les chiflemos a las mujeres en la calle no significa que no tengamos prácticas violentas”.
Molina acaba de obtener el título de maestría en Ciencias Sociales con una tesis sobre la construcción de la masculinidad en una comunidad gay en particular. Sus miembros se denominan a sí mismos osos, por ser generalmente hombres corpulentos, maduros y con mucho vello corporal. Se describen como masculinos, suelen buscar parejas similares a ellos y rechazar a los homosexuales que son femeninos.
El trabajo de investigación se centró en analizar dicho fenómeno: “El hecho de que los ososelijan la masculinidad hegemónica como modelo supone una aparente contradicción, pero para ellos no la hay: es completamente lógico”, dice Gabriel, quien pasó al menos un año y medio haciendo trabajo de campo con este colectivo. Sus fiestas y reuniones, cuenta, eran exclusivamente para hombres, y si acaso había alguna mujer era porque había sido contratada para cocinar o atender a los asistentes. De sus entrevistados aprendió que ellos nunca saldrían con un homosexual “muy obvio”, porque los prefieren “masculinos”. El novio de Gabriel también se define como oso, “sin embargo, ha sido rechazado por la propia comunidad, porque muchas veces es femenino”.
Una de las conclusiones principales de Molina es que los osos buscan reproducir la masculinidad hegemónica y rechazan lo femenino como estrategia para evadir la discriminación. Aunque sólo lo logran parcialmente, dice, pues se ponen por encima del gay estereotípico, pero no dejan de ser homosexuales en un sistema patriarcal que los rechaza. Otra de sus conclusiones es que la homofobia es, en el fondo, misoginia, porque al final lo que se repudia es la feminidad.
Gabriel asegura que su participación en el colectivo Dejar de Chingar es su segundo empleo, porque es una de las actividades a las que más les invierte “tiempo, esfuerzo y cariño”. Ser uno de los miembros comprometidos de ese espacio no sólo le ha sido útil para su investigación, sino, sobre todo, para cuestionar y cambiar sus propias conductas. Su trabajo en la administración pública, dice, le permite generar cambios desde un espacio de poder, mientras que en el colectivo es desde la base. “Para mí es un proceso personal en el que tengo que estar y apoyar a que las cosas cambien. Como activista, no me imagino estar fuera de estos espacios para cambiar el mundo”.
*El texto fue publicado en la revista Magis del ITESO.