Martín Solares
Foto: EFE
Dejen todo lo que están haciendo y cierren los ojos por un momento: murió uno de los más grandes escritores que cabía imaginar. Fue cuentista, novelista, guionista, ensayista. Renovó la novela negra en el continente americano. Adiós al Jefe Absoluto, don Rubem Fonseca.
Es cierto, inventó al inolvidable comisario Guedes y al infatigable abogado Mandrake, capaces de resolver los casos policiales más ambiciosos, pero en cualquiera de sus libros su principal aportación fue otra: una voz única, divertida y honda, conocedora como pocas del ser humano.
Su breve paso por la policía brasileña y sus estudios de derecho le ayudaron a crear algunas de las historias más originales, furiosas y demenciales que tiene la novela contemporánea en muchas lenguas: abogados que seducen a la parte contraria para ganar un litigio, escritores que aman hasta la muerte, detectives que recurren al vudú para resolver un caso de fraude; fisicoculturistas, modelos, carteristas, ladrones, millonarios, torturadores. Fonseca inventó la imagen moderna del crimen en América Latina.
Pero mucho más alta que esa visión es su invención perdurable: un tono de voz exquisito, mezcla de sinceridad y bonhomía, que podría contar cualquier historia, por descabellada que fuera, y sus lectores lo seguirían entre carcajadas y sustos hasta el fin del mundo.
Aunque El Cobrador es uno de sus personajes más emblemáticos, en la medida en que concentra la ira de todos los latinoamericanos en media decena de páginas, también inventó a otro gran personaje, que reaparece en sus cuentos y novelas: el hombre que creen que va a morir frente al asesino, el torturador, el secuestrador o el dentista y sin embargo sobrevive. También así va a sobrevivir su literatura.
Una vez me invitaron a un encuentro literario en, ni más ni menos, Tampico, Tamaulipas, donde estaría Rubem Fonseca. Acepté, por supuesto, por el placer de regresar a mi casa, pero por la emoción de conocerlo. Llegué muy tarde y al día siguiente, a las cinco de la mañana, bajé a tomar un café al restaurante. El otro bebedor de café hablaba portuñol y lo habló a la misma hora durante los 3 días que duró el encuentro. Me pidió que lo llevara a comprar un suéter. A tomar un helado. A conocer el bar al que fue Humphrey Bogart. A conocer cierto mercado con fama de peligroso, y me preguntaba cómo era la gente en esa ciudad. Volví a verlo en Guadalajara en dos ocasiones más. Conocerlo y tratarlo brevemente luego de haber leído cada uno de sus libros, y algunos varias veces, ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida. No lo cambiaría por conocer a los Beatles.
Con su partida toda la lengua portuguesa está de luto, todos los que lo leímos en español también. Cuando vino a México salía en hombros de cualquiera de sus charlas, siempre tumultuosas. Cuesta imaginarse que un hombre tan vital, capaz de sorprender con su inteligencia y su dinamismo a sus 94 años nos falte de repente. Mando un abrazo a todos los que le dijimos o soñamos con decirle nuestra admiración y agradecimiento por tantas sonrisas, tanto asombro novelesco de primer nivel a lo largo de sus obras.
Adiós a uno de los mejores novelistas que ha dado este continente. El Gran Arte se llama una de sus novelas mayores y es lo que hay en sus libros. Adiós, querido Rubem.