febrero 11, 2022
Laura Garza
Ilustración: Alfredo Roagui.
Con solo veintidós años, Donovan Carrillo nos hizo pegarnos a la pantalla y a los monitores para ver sus participaciones en los Juegos Olímpicos de Beijing 2022 en la disciplina de patinaje artístico sobre hielo al ritmo de mariachi, salsa, pop y otros géneros musicales.
Nació en Zapopan y le apostó desde pequeño a practicar el patinaje artístico, sabiendo que no había suficientes pistas de hielo y que no era una categoría en la que México se destacara a nivel internacional.
Los que vivimos y crecimos en Jalisco, conocimos la primera pista de hielo que estaba frente a Plaza del Sol dentro del Hotel Hyatt, después desapareció por un buen tiempo. Bueno, creo que ni Donovan había nacido cuando iba a patinar a esa pista con mis amigas de la primaria.
Él hizo historia, metió a nuestro país en una Final de patinaje artístico y nos llevó a todos a Beijing sin siquiera habernos subido a un avión. Nos emocionamos, nos montamos en su sueño y le aplaudimos como pudimos.
A Donovan lo conocimos sobre la pista, no antes, y lo mejor es que fue mientras hacía lo que más le gusta y eso nos lo transmitió. Después fuimos conociendo su historia de esfuerzo, disciplina, constancia y la fuerza de creer en su sueño de llegar hasta donde hoy ha llegado.
No puedo borrarme de la memoria la voz del padre diciendo “no tendremos dinero, pero tenemos hijos felices” y aparece la familia de Donovan en su casa en el estado de Jalisco.
Una familia, como muchas, en nuestro país que se entrega a un proyecto de vida que requiere el esfuerzo y el compromiso de todos.
La rutina final del día de hoy la vimos todos, bailamos con él las canciones de Perhaps, Sway, María y bailar que incluyó en su rutina. Cuatro minutos tan largos que íbamos y veníamos con él en cada giro y en su desliz sobre el hielo de la pista.
La emoción de ver a un mexicano que proyecta el amor por lo que hace y el disfrute de dar piruetas en el airea una y otra vez, nos enloqueció a todos y nos hizo recordar que “sí se puede”.
Sí se puede sobresalir aún en estos tiempos de crisis, sí se puede comprometerse con un sueño tan personal que de pronto se hace colectivo, sí se puede salir a competir con los que el invierno es tan normal y sí se puede hacer que un país entero te recuerde por tu sonrisa, y no por los errores que pudo haber.
Vimos su rostro en la victoria y su sonrisa en la conquista.
Esa imagen la tenemos todos, pero la de caerse y tambalearse entre un movimiento y otro, podrá haber sido capturada en la cámara de algún fotógrafo presente en la pista, pero queda claro que nadie más la vio y ninguno de nosotros la recordaremos.
Él cayó y se levantó, no se inmutó, no bajó el ritmo, no dejó en el hielo su energía; al contrario, se elevó y volvió a adentrarse en el ritmo para disfrutar. Ganar incluye un par de tropiezos, y es que de eso se trata cualquier competencia: caerse y aprender a levantarte.
Todos le vimos el triunfo, y miren que hasta el fotoperiodista que aparece en la imagen donde está solo frente al mexicano, no se atrevió a bajar el ángulo de su telefoto para fotografiar la caída.
Lo del pasado 9 de febrero fueron 4 minutos llenos de aplausos del país entero y estoy segura, que de muchos otros mexicanos regados por el mundo que le aplaudieron de inicio a fin. Llegamos a la final y después de 30 años México suena en el patinaje artístico en los juegos de invierno.
Eso, eso es ganar.
¡Felicidades Donovan!
*Artículo publicado originalmente en López-Dóriga Digital, y se reproduce en Proyecto Diez con la autorización de la autora.