Memorias del subdesarrollo cannábico

Memorias del subdesarrollo cannábico

noviembre 26, 2018

Los riesgos, posibilidades y lastres históricos en el uso científico y medicinal de la marihuana

El desacuerdo era si había sido por la virgen o por la marihuana, si aquello era obra de un milagro o de un tratamiento. Ocurrió a finales del siglo diecinueve. Una mujer mexicana padecía de histeria y la asediaban visiones. Al curarse supo a quien se lo debía: había ido a visitar a la Guadalupe. El psicólogo que había llevado su caso tenía una explicación más profana.

“No, yo le estaba tratando con marihuana fumada, y esto fue lo que calmó su histeria”, rectificó el médico, según cuenta Benjamin Smith, profesor de historia latinoamericana en la universidad de Warwick (Reino Unido). “Lo escribe en una revista médica, en 1893”. Hoy en día aquél tratamiento del México de la época del telégrafo sigue pareciendo innovador, transgresivo. A diferencia de entonces, en 2018 todavía resulta ilegal.

“Hay un psiquiatra en México que está experimentando con la cuestión de usar marihuana como droga de salida con sus pacientes que tienen problemas de adicciones, por ejemplo para los adictos de opiáceos o de benzodiacepinas”, cuenta Jorge Javier Romero, profesor–investigador del departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana. “Ha tenido buenos resultados pero es una investigación clandestina, por la prohibición. Si lo agarran ahorita lo meten a la cárcel. Es ilegal lo que está haciendo”.

Entre ambos tratamientos hay un siglo de estigma y de prohibicionismo en México. A los pacientes les fue más sencillo creer en la intervención divina antes que gozar de políticas que permitieran los beneficios médicos de las drogas.

“México fue de las primeras naciones en estigmatizar de forma importante el consumo de la marihuana”, explica Smith. “Es importante entender que esto es un estigma autogenerado que se remonta al Porfiriato: comenzaron a alegar que fumar marihuana no sólo implicaba que eras pobre, y a menudo indígena, pero también alegaban que la marihuana podía volverte muy violento. Que podía suscitar alucinaciones que podían inducirte a la criminalidad y a la violencia”. El estigma se perpetuaría en un “pánico moral” durante la revolución, el miedo a sus soldados más humildes venía envuelto del tufo de la marihuana. Pocos años después, en la Constitución de 1917 se hablaba de “sustancias que envenenan al individuo y degeneran la raza”. Para 1971, bajo la presidencia de Luis Echeverría, el texto fue reformado a “degeneran la especie humana”.

El resultado de esta historia es un rezago médico y científico difícil de colmar. “La ley mexicana era más radical que los tratados internacionales, prohibía cualquier trabajo de investigación o médico sobre la marihuana, hasta el cambio de hace dos años. Entonces México se quedó muy atrás,” dice Romero.

Ese cambio en 2016 fue la iniciativa por parte del presidente Enrique Peña Nieto para reformar la Ley General de Salud y el Código Penal Federal, que abrió la puerta al uso medicinal y evita la criminalización de los consumidores. Luego fue aprobada por senadores y diputados antes de postergar su reglamentación en peripecias gubernamentales. Pero el problema nunca fue meramente legal.

“La investigación se podía hacer antes, lo que pasa es que es administrativamente imposible realizar investigación con marihuana, eso prácticamente no ha cambiado”, dice Jorge Hernández Tinajero, profesor de la UNAM e integrante del Colectivo por una política integral hacia las droga. La especialista en políticas de drogas Zara Snapp apunta a los órganos gubernamentales: “El uso científico no estaba restringido, lo redujo todas las barreras y los obstáculos que puso Cofepris y la Secretaría de Salud para acceder a los permisos para hacer estudios con cannabis”.

La prohibición a ultranza ha cedido paso a un cambio, aunque sea ya a dos décadas de la primera legalización medicinal de Estados Unidos en 1996. “El rezago yo creo que ya es muy difícil de superar”, según Romero, y sus secuelas están a la vista: “Nadie está investigando en México, la universidades no quieren investigar sobre eso. Son muy poquitos los que investigan, de una manera casi artesanal”.

Por eso, en el acceso a las investigaciones existentes, los roedores habían corrido mejor suerte que muchas personas. Entre los trabajos realizados en México con tetrahidrocannabinol (THC, constituyente psicoactivo del cannabis) se encuentran los experimentos conductuales del Dr. Próspero García, de la UNAM. De momento se han tenido que limitar a realizarse con ratas. “No hace los estudios con personas, aunque hay muchos que les gustaría formar parte de estudios clínicos por el impacto positivo que podría tener en su vida”, dice Snapp.

La investigación científica hasta ahora da la pauta de las carencias que enfrenta el cambio en el uso médico de la marihuana al ser digerido por las autoridades actuales. Para buena parte de los pacientes, puede significar que la puerta entreabierta simplemente no los deje pasar.

Según José Manuel García-Vallejo fundador de Autocultivo Medicinal en México (AMEM), está en juego en el actual proceso el acceso más vasto y justo a los beneficios médicos del cannabis. “No se contempla la salud para todos, que es el espíritu de la ley que se aprobó. Lo que se buscaba era darle salud a toda la población”.  AMEM busca brindar a todos los que requieren del uso médico del cannabis las herramientas legales y prácticas para acceder a él. “En AMEM somos una mayoría los epilépticos, sin embargo también hay gente con fibromialgia, gente con cáncer, diabetes, glaucoma, la lista es muy extensa. La idea es que sea una comunidad de pacientes para pacientes. Sin importar qué padecimiento sea”.

El motivo de su preocupación son los “Lineamientos en materia de control sanitario de la cannabis y derivados de las mismas”, presentados por Cofepris el 5 de noviembre pasado y sus implicaciones para el tipo de consumo medicinal.

“Le decimos al titular de la Cofepris, Julio Sánchez y Tepoz, que eso no nos funciona, que la importación no es suficiente, que necesitamos una industria nacional, que necesitamos que exista producto accesible a la población”. García-Vallejo ha impulsado su visión de una marihuana medicinal verdaderamente democrática en diversas etapas del proceso. Y han sido muchas.

Tras la aprobación del uso medicinal del cannabis por los diputados en abril 2017, la Cofepris debía publicar un reglamento que la regulara, dando las pautas para comercializar, importar y exportar, así como sus usos médicos y científicos. El resultado, tras más de un año y medio, de retrasos y deslindes de diferentes órganos, y a decir de García-Vallejo consultas hechas y deshechas, no llegó a ser publicado en el Diario Oficial. No hay reglamento, sólo lineamientos.

Y en ellos, agrega,  falta lo más importante: el auto cultivo.

Es la convicción que guía su activismo, articulada por su experiencia personal. Epiléptico desde los 23, expuesto a los efectos secundarios de la medicina tradicional, tenía 32 años cuando sufrió “una crisis convulsiva masiva” y decidió que no podía volver a los medicamentos de farmacia. Tras un abanico de terapias ineficientes se interesó en la alternativa del cannabidiol (CBD), un componente del cannabis cuyos beneficios médicos ya usaban en Estados Unidos, en el estado de Colorado.

“Me fui a Colorado a estudiar el tema y aprender sobre cannabis, y sus variables. Estando por allá me viene una ausencia: eso significa que voy a tener una crisis. Jalo de un vaporizador de CBD que me habían prestado, y me saca de la crisis. Ahí descubro que ya tengo un medicamento de rescate, cosa que antes no conocía. Eso me lleva a poder decir de primera mano que el CBD me cambió la vida”.

De vuelta en México, supo del caso de la niña Grace Elizalde, de Monterrey, quien sufría unas 400 convulsiones diarias, víctima del síndrome de Lennox-Gastaut al cual los anticonvulsivos no brindaban una solución. En 2015, un amparo para importar ese producto hizo de ella la primera paciente en beneficiarse del CBD en México. García-Vallejo se sumó al padre de Grace, Raúl Elizalde, para impulsar un cambio duradero en la concepción del país del potencial medicinal del cannabis.

“La niña Grace es un parte aguas, a partir de ese caso la opinión empezó a ser favorable a los usos médicos y científicos de la marihuana. Y ya para ahora es mayoritaria esa posición”, explica Jorge Javier Romero. “Le puso cara al problema, puso un caso concreto donde el uso de CBD como anticonvulsivo estaba funcionando”.

Pero la forma en que se dio el parte aguas, que el mismo Peña Nieto citó como “emblemático”, condicionó sus siguientes pasos. El enfoque restringido a la importación de CBD provocó que García-Vallejo promoviera otras opciones que permitieran una aplicación más amplia del uso medicinal. “Llegó un punto de ruptura entre Raúl y yo, en el cual él decide que se va a quedar con la importación pero yo sentía que eso no es suficiente”, dice.

Confinarse a la importación provoca, según él, graves formas de exclusión de los pacientes. En primer lugar, en la eficiencia de la cura proporcionada. “Por lo que yo he aprendido necesitas una dosis muy especificas de cannabinoides para cada quien, y es complicado que una farmacéutica pueda hacer un producto estandarizado que le funcione a todos”.

De acuerdo con Hernández Tinajero, aunque “sí hay ciertos medicamentos que están probados, estandarizados y muy útiles para ciertas cosas”, el problema reside en que “la cannabis es muy variable incluso dentro de las mismas cepas. Lo hace muy difícil de estandarizar”. Surgen entonces las carencias en los tratamientos: “A veces genera cierto tipo de tolerancia o resistencia, entonces gente con cierto tipo de epilepsia necesita otra sepa, otra variedad de marihuana para controlarse, y pasar de una a la otra, y eso no lo ofrece la industria farmacéutica. Y justo lo que no se aprobó fue el cultivo con fines privados que puede solucionarlo”.

“El único producto que se comercializa cuesta 6,500 pesos, por un frasco que contiene 237 ml de jarabe alto en CBD. Eso es impagable para muchos. Sólo gente con mucho privilegio va a estar pagando esa cantidad de dinero”, rebate García-Vallejo.

Según Hernández Tinajero, la exclusión económica exige replantear las prioridades de un mercado por crearse en el país. “Creo que ahí hay un debate que no ha sucedido que es interesante: cómo la regulación de las drogas tendría que ajustarse a parámetros no centrados en el lucro y en la industria de producción de medicamentos, sino en darle alternativas a la gente con otras cosas”.

Según los entrevistados, es necesario un modelo que no desarrolle tecnología propia al ser dependiente de la importación del extranjero. Apuntan en particular a Canadá, donde se legalizó la marihuana recreativa el pasado 17 de octubre.

“Mientras que Canadá ya desarrolló toda un industria de marihuana medicinal muy grande y muy fuerte, México no tiene nada, pero absolutamente nada. Y se va a convertir en dependiente de esa industria en cuanto aquí se regule”, advierte Romero. “Lo que quiere esa industria es entrar al mercado mexicano. Quedarse con el mercado mexicano. Como si fueran mineras. Tal vez, si hay un cambio en la ley, ellos mismos comenzar a producir aquí, pero ya con la tecnología canadiense, no con tecnología propia desarrollada por mexicanos”.

Junto a los avances se gestan los riesgos de las oportunidades perdidas: agregar otro capítulo a una larga historia de desencuentros en el uso de una planta restringida una y otra vez a lo largo de la historia en detrimento de la mayoría de quienes la necesitan. “Mientras se está derrumbando el edificio de la prohibición, los primeros que van a entrar son los grandes capitales, y que a veces están asegurándose que entren sólo ellos, no la gente”, advierte Hernández Tinajero.

“Eso es lo que puede pasar con la industria: va a quedar monopolizada por importadores que se van a dedicar a comercializar a productos de otros lados, para beneficio de una minoría”, dice García-Vallejo.

En paralelo, siguen moviéndose las placas tectónicas de la legalización. El pasado 6 de noviembre, la senadora Olga Sánchez-Cordero, del partido Morena, publicó en la Gaceta Parlamentaria una iniciativa de ley con miras a regular su producción, distribución y comercialización. En materia de auto consumo indica “queda permitido sembrar, cultivar, cosechar, preparar y transformar hasta veinte plantes de Cannabis para consumo personal”. Agregando después que podrán solicitar un permiso “las personas que debido a su condición de salud” requieran de más plantas.

“Yo estoy muy entusiasmado y muy feliz”, opina al respecto García-Vallejo, “es bastante exhaustiva, da modelos para todos los gustos y sabores. Y ya no se trata sólo de fines de lucro, creo que todos cabemos en esta canasta y no tenemos que estarnos peleando”.

Incluso se atreve a imaginar una posible fecha para ver cumplida su meta. “Tengo esperanzas de que para el próximo 4/20 tengamos una legalización total en este país. El próximo cuatro de abril, el día que se celebra el cannabis en el mundo”.

 

Información de horizontal.mx